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Moral para los demás, indulgencia para los propios

14 de Diciembre del 2025 - José Viñas García (Oviedo)

Un Gobierno que armó la que armó por un beso en público, fruto de un momento de euforia. Y si recuerdan lo ocurrido con aquellos jóvenes en la residencia de un colegio mayor, la vara de medir fue exactamente la misma: linchamiento público, condena moral inmediata y relato único. No importaban los hechos, solo el marco ideológico que convenía imponer.

Después de leyes como la del "solo sí es sí" o consignas como "Hermana, yo sí te creo", acompañadas de innumerables campañas institucionales basadas en la consigna de no pasar una, de denunciar a la primera y de creer sin matices, nos encontramos con partidos que ni creen a sus propias compañeras ni denuncian. Al contrario: tapan, ocultan y protegen. Tenían múltiples denuncias internas de compañeras que jamás llevaron ni a la Fiscalía ni a la Policía. Silencio cómplice. Hipocresía en estado puro.

Qué decir de Monedero y de Errejón: dos de los grandes referentes morales y líderes simbólicos de esas campañas. Con ambos se les cayó el telón en plena actuación. Y junto a ellos, consignas vacías como "soy feminista porque soy socialista". Así con todo: un discurso impostado, hueco, construido sobre una superioridad moral ficticia. Una mentira completa.

Es un relato diseñado a medida de la manipulación. Muchos lo veníamos advirtiendo desde hace meses, incluso años: cuando alguien se erige en defensor de las mujeres -o de cualquier otro colectivo- sin que nadie se lo pida, en realidad las está instrumentalizando para sus propios fines. Ya en sí mismo ese gesto encierra un profundo desprecio a la inteligencia de las mujeres, como si necesitaran tutores ideológicos que piensen por ellas.

¿Cómo pueden Irene Montero, Belarra, Pam y otras figuras similares, sin haber demostrado trayectoria profesional sólida ni haber dado un palo al agua fuera del aparato político, dar lecciones de vida, de libertades y de derechos a mujeres con personalidad, criterio propio y décadas de trabajo a sus espaldas, que jamás han necesitado de nadie para abrirse camino? Es tan ridículo que roza lo infantil. Las tratan como menores de edad, las infantilizan y desprecian su capacidad de pensamiento autónomo.

Y lo mismo ocurre en el extremo opuesto del relato: para construir mujeres-víctima necesitan fabricar un enemigo común. Señalarlo, deshumanizarlo y convertirlo en un colectivo peligroso por definición. Simplificación burda. Manipulación emocional. Mientras tanto, los hombres, en silencio, culpables por defecto. Y quien discrepa, señalado.

Hoy vivimos una censura extrema que no vimos en toda nuestra democracia, ni siquiera en los últimos años del franquismo. Una censura más sofisticada, más peligrosa: la censura moral, social y mediática. Ya se han impuesto protocolos en medios de comunicación y en la vida cotidiana para determinar qué palabras pueden usarse y cuáles no, según directrices ideológicas cambiantes. Se pretende mutilar nuestro lenguaje, nuestra rica prosa, como si las palabras fueran el problema. El lenguaje no hace daño; el daño está en los hechos.

El ejemplo más evidente es la hipocresía de este feminismo institucional: una guía moral estricta para todas, excepto para ellas mismas. Reglas para el ciudadano común, indulgencia para el militante afín. Justicia selectiva. Moral a conveniencia.

Sé que incluso esta reflexión probablemente no verá la luz, como tantas otras. Y no porque contenga insultos -porque no los hay- sino porque plantea preguntas incómodas. Cuestionar el dogma hoy es el mayor pecado. Pensar por cuenta propia se ha convertido en un acto de rebeldía.

Quien no tiene criterio propio -a mí no me da directrices nadie- está condenado a ser esclavo de opiniones ajenas: de hijos, hermanos, pareja, partido, ideología o religión. La libertad nadie la regala: hay que ganársela cada día. Y quien intenta censurarte, quien decide por ti qué puedes decir o pensar, está invadiendo tu espacio personal y tu dignidad como individuo.

Sean ecuánimes. No cercenen nuestro lenguaje ni coarten la libertad de expresión por directrices impuestas, y menos aún desde un medio periodístico, cuya razón de ser debería ser precisamente la pluralidad y el pensamiento crítico.

Últimamente ya vemos cómo cadenas y medios que durante años sostuvieron este relato empiezan a caerse del guindo. Algo se mueve. Y eso me hace pensar que quizá en primavera haya elecciones. Y, con suerte, también memoria.

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