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Barreras ideológicas que nos separan

18 de Diciembre del 2025 - Paco Domínguez (Avilés)

Nos explica la ciencia cosmológica, enunciada por la astrofísica, que a la estrella solar le quedan unos cinco mil millones de años hasta agotar el hidrógeno que utiliza como principal combustible energético; bastantes menos para que la vida se haga imposible en nuestro planeta Tierra y mucho menos aún para que la tecnología sufra graves descalabros como consecuencia del aumento en la periodicidad de tormentas solares y la incidencia que el astro rey tiene sobre nuestro campo magnético. Queda pues asegurada por la ciencia la fecha, indeterminada pero cierta, en que se producirá la extinción de toda forma de vida sobre este mundo conocido como planeta azul. "Carpe diem". Lo malo del anuncio científico no es que el sol nos ilumine con miles de años de antelación la destrucción irreversible de nuestro planeta, lo verdaderamente trágico es que la mano del hombre está capacitada para hacer realidad este sueño eterno con una anticipación de miles de años.

Desde una enseñanza histórica, exclusivamente histórica, obstinada en la sinrazón, el hombre, como ser emocional, visceral y avaricioso, está llamado a reproducir las tragedias creadas por su arrogancia, brutalidad y avaricia en un ciclo autodestructivo y, previsiblemente, finalmente trágico. Así se condujo la existencia "racional" desde el principio de los tiempos hasta el día de la fecha. Lo trágico es que hoy la humanidad practica el juego mortal de las perversiones: la bélica, que cuenta con artilugios capaces de destruir la vida planetaria, y las científicas, productivas y económicas, con el síndrome de la ansiedad financiera (SAF), suficientemente perverso como para adelantar el caos mientras la primera se lo va pensando. Es posible que el latinazo "si vis pacem, para bellum", a esta altura de la película haya que cambiarlo por "si vis pacem aeterna, para bellum". Y aunque todo fluye y nada permanece -ni siquiera la antítesis belicopacifista de Vegecio-, la máxima popular asegurando que la avaricia rompe el saco, sigue estando de una vigencia axiomática.

Fijémonos ahora en dos hechos equivalentes en lo trágico y procesos igualmente repugnantes: el exterminio de un pueblo. Con una diferencia histórica de 86 años, entre la Segunda Guerra Mundial y la reciente invasión de Gaza, seguimos reproduciendo los mismos patrones de comportamiento destructivo pero, en la actualidad, con sentimientos sociales mediatizados por la ideología política instrumentalizada por el poder mediático al servicio del poder político. El Holocausto, revisado por la tribu negacionista, nos conmueve, rechazamos y afecta sicológicamente. En esto, parece haber bastante uniformidad de pensamiento. Sin embargo, la guerra-matanza del ejército israelí sobre el pueblo palestino, nos afecta de forma diferente a unos y otros; aquí, la inclinación ideológica tiene un peso definitivo, incluso se producen argumentos que en un ejercicio de contorsionismo literario intentan ocultar su ideología entre un bosque de peros, que lejos de transmitir convencimiento, se hunden poco a poco en la ciénaga de la deshumanización articulada en torno al necesario y concluyente castigo del terrorismo de Hamas. Las víctimas colaterales de civiles, niños y mujeres, y la hambruna provocada deliberadamente, no cuenta como argumento de acercamiento. Hay que defender, cueste lo que cueste, al abanderado segundo, el criminal de guerra Netanyahu, mientras el primer abanderado de la causa, un personaje nefasto para el mundo, líder de la capitidisminuida primera democracia del mundo, solo piensa en la rentabilidad económica del genocidio. La humanidad pasa de sentir un dolor inmenso por el Holocausto vivido por el pueblo hebreo, a dividirse en defensores del capitalismo judío y su proximidad cultural, y detractores de unos mandatarios israelíes que ordenan el asesinato de personas civiles de múltiples formas y maneras, todas ellas a cuál más repugnante. Nunca veremos lo que tardan en cerrarse estas viejas heridas, ni si por el camino se abrirán otras nuevas.

Es cierto que a día de hoy siguen produciéndose holocaustos eternos en África y otros lugares del mundo de los que la prensa mundial hace escaso eco y hasta en ocasiones silencia. Es lo que tiene la suerte de haber nacido en el hemisferio rico septentrional o la desgracia de mal nacer en el hemisferio pobre meridional africano, o en torno al ecuador, que no se manifiestan los mismos sentimientos de humanidad. En todas las democracias occidentales la vida es un valor máximo, protegido desde todos los ámbitos sociales, políticos y legales. En Somalia, República Democrática del Congo, en el Sahel, Sudán y países en guerra, de otras latitudes, la vida no vale nada y es bien sabido que la vida humana vale lo que las democracias occidentales y sus terminales mediáticas quieren que valga. Este argumento de solidaridad repentino con las viejas guerras africanas y la falta de empatía para con ellas, por parte de los detractores del Gobierno hebreo, ha sido manejado por el populismo partidario de la matanza israelí en Gaza, como arma arrojadiza de doble moral contra quienes clamaban por los crímenes cometidos por Netanyahu. Así somos y así debemos convivir, cada cual con sus pequeñas o grandes miserias. Mientras, el sol, todavía sigue siendo fuente de vida.

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