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Inanidad, con minúscula

17 de Marzo del 2011 - Ramón Alonso Nieda (Arriondas)

LA NUEVA ESPAÑA del 4 de marzo nos regala la Tribuna "El progreso con mayúscula", firmada por Aida Masip. No se trata de un minúsculo regalo. Escribió Nietzsche un par de veces que las ideas que cambian la historia entran en el mundo sobre patas de paloma. Ojo a la tribuna de Aida, que traerá cola (No conozco a la autora, aunque el apellido me suena, pero me permito llamarla por su nombre evitando términos como mujer, señora o señorita, que pudieran considerarse discriminatorios, materia en la que la santa inquisición de género no admite parvedad de materia). Con muy buen criterio la tribuna se mantuvo una semana en la edición digital, como para darnos tiempo a asimilar su contenido. Pero se ha ido de pantalla dejándome sin solventar más de una duda.

-La democracia se puede entender como la confianza absoluta en la población como representación del pueblo. Creía uno en su supina ignorancia que población y pueblo eran vocablos intercambiables. Craso error; la población es la representación del pueblo. En lo que nos atañe, la población representativa del pueblo astur tiene su sede social en el elegante casino que hace esquina entre Fruela y Santa Cruz. Punto y aparte: -La democracia es el máximo estadio del progreso. O sea que el progreso se acabó, o he entendido mal; porque si después de alcanzar el máximo tiras pa lante, empiezas a menguar. En el párrafo siguiente: -Cuando una comunidad se considera madura para representar el poder Esto debe de ser en otras latitudes donde a la población (que, como queda dicho, representa al pueblo) la llaman comunidad, mientras que al pueblo representado lo llaman poder (los etnólogos sabrán por qué).

Es lo que está pasando en Libia, donde un mandatario bombardea a la población (que representa al pueblo) sólo por mantenerse en el poder (que nos acaban de decir sin más explicaciones que es el otro nombre del pueblo). Uno diría que en Libia la confianza salta por los aires, al mismo tiempo que la semántica. Pues tampoco. Porque aparecen unos ciudadanos (Aida sabrá de donde los saca) capaces de improvisar su propio Gobierno, para restablecer la confianza y que los occidentales que hemos alcanzado el máximo estadio del progreso, sigamos consumiendo petróleo cachazudamente y yendo a cualquier parte a 110 por hora.

Es la ventaja de esta modalidad de pensamiento sin costuras, que lo mismo vale para un roto que para un descosido; como aquellos pareos tan cómodos y desenfadados, que uno creía pasados de moda (y que no se sabe si sirven para cubrir las vergüenzas o para dejarlas ver). Se adivina que la idea nuclear de la pensadora Aida Masip (de tal palo tal astilla) es que una cosa es una cosa y además de verdad; y dejémonos de zarandajas de si el ser es y el no ser no es o si la nada nadea. Sin más autoridad que la que prestan los años, le aconsejaría uno a la joven y prometedora Aida que (a pesar del apellido) no tenga prisa de entrar en la historia y que, la próxima vez, duerma un poquito más antes de redactar su tribuna (Las palomas que cambian el mundo no pisan tan fuerte).

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