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Populismo en el congreso constituyente de Foro Asturias

25 de Marzo del 2011 - Juan Antonio Sáenz de Rodrigáñez Maldonado (Luarca)

"La soberanía del individuo", Pierre Lemieux.

R. Aron.

La convivencia política fue la gran tragedia de la Grecia clásica. Recorrido el camino de la monarquía y de la aristocracia, sólo les quedaba por transitar el de la democracia, de la que las mentes más clarividentes, conscientes de que el demos es tan déspota o más que el tirano, previnieron a sus conciudadanos del monstruo que habían despertado. Los griegos no lograron ver que el remedio a sus males pasaba por cercar al poder. Se perdieron en un debate estéril, más preocupados por quién debe mandar que por averiguar la naturaleza misma del poder. La quimera acabó apoderándose de las conciencias: el hombre griego, llevado de su ilusión, sólo aspira a participar en la asamblea, sometiéndose sin reservas a la "voluntad general'.

Desde los pueblos prehelénicos, el matrimonio monogámico, la familia, la propiedad y un arraigado sentimiento religioso constituyen los vínculos de cohesión social. Así, el "nomos" (la costumbre) hace posible la cohesión social. Sin embargo, la fuerza cohesiva del "nomos" no fue suficiente para evitar que la estabilidad social fuese perturbada por los continuos asaltos al poder. De ahí que las mentes más despiertas señalen la necesidad de una constitución que recoja los derechos y los deberes (defensa, gastos, etcétera). A esta circunstancia se une el hecho de que cada ciudad vive aislada, siendo lo habitual el enfrentamiento armado entre ellas. Ambas circunstancias es la razón de que el hombre griego considere la "atimia" (deshonor o pérdida de los derechos de ciudadanía) y el consiguiente destierro como la mayor desgracia.

Los abusos y excesos del poder llevan a las conciencias más atentas a reflexionar acerca del orden y de la justicia, aspiraciones que están en la raíz de los conflictos sociales que tienen lugar entre los siglos VIII y V a. C. La nobleza es la primera que enarbola la bandera de la "isonomía" o igualdad de derechos, y de la "isokratía" o derecho a participar en el ejercicio del poder. Sófocles da forma trágica a la transición de la monarquía absoluta, de marcado orientalismo, al Estado aristocrático, en el que se instituye el consejo u órgano representativo de la nobleza. Este tránsito es representado por Edipo, heraldo de la nobleza, quien logra vencer a la anciana Esfinge y al tirano Layo.

Según el relato de Homero, históricamente, es en Jonia donde se lleva a cabo, durante el siglo VIII a.C., esta transformación política. Ahora, el rey, a quien le corresponde el "cetro olímpico" y, consiguientemente, la magistratura del Estado, va a ver su ámbito de acción política controlada y limitada por el Consejo de Ancianos, formado por el conjunto de los representantes de las estirpes nobles, y cuya competencia es debatir y dictar sentencias, así como tomar decisiones políticas.

En Atenas, al igual que en otras ciudades, se observa este tránsito de la monarquía a la aristocracia, como sucede en tiempos de Solón. El anhelo de igualdad jurídica y política hunde sus raíces allende los tiempos heroicos, cuando la nobleza caballeresca ("hippelatis") exige la homologación política de su actividad militar. Y es la participación militar, en calidad de hoplita -cuerpo de infantería formado por ciudadanos libres-, lo que el demos hace valer, ya a mitad del siglo VII a.C., en su reivindicación jurídica y política. Antaño, el éxito de la campaña se debe a la proeza individual del noble guerrero ("promachos" o el que combate en vanguardia), a su singular valor y destreza ("aristeia"). La nueva concepción castrense hará recaer el éxito en el grueso de un ejército de hoplitas bien organizados. Ahora, es el ciudadano, adiestrado para luchar unido a otros de su misma extracción social y de cuya formación disciplinada dependerá el triunfo en la confrontación armada, quien abandera el anhelo de conquistar las prerrogativas sociales y políticas, hasta entonces reservadas a la nobleza. Desde este momento, el espíritu democrático de los ciudadanos semejantes ("homeos") o iguales ("isos") se impone en todos los ámbitos de la vida social. La democrática modestia o sencillez ("sophrosyne") ahogará el coraje ("thymos") y el ímpetu ("lyssa") del noble guerrero, quien, en individual justa frente a un adversario, también de noble linaje, pone en juego su destreza, ambos movidos por la ambición de fama y honores "tributados a los mejores". Es, pues, la "sophrosyne", entendida ahora como modestia, sencillez, acepción dada por los del partido demócrata, el epitafio de la singularidad heroica. En su uso social y político la "sophrosyne" representa las aspiraciones ideológicas del partido demócrata, que aspira a la nivelación económica y política de los ciudadanos. La modestia o sencillez democrática de los semejantes, de los iguales, se abrirá camino hasta sojuzgar la individualidad, oscureciendo el prestigio personal y tejiendo la red donde atrapar la iniciativa audaz. Todo esfuerzo por brillar con luz propia se juzga como desmesura ("hybris") y amenaza para la unidad de los iguales. Desde estas consideraciones, las reformas políticas, llevadas a cabo por los legisladores demócratas, pondrán coto a la prosperidad personal y a toda iniciativa individual.

Esparta es la primera en recorrer escrupulosamente el camino en esta dirección, fiel al espíritu del igualitarismo. A fin de evitar la prosperidad personal, que consideran origen de disensiones sociales y de tiranías, se establece el reparto de parcelas de igual tamaño, se prohíbe el comercio exterior y el uso de adornos. Este igualitarismo osa ir más lejos: se instituye el "éforo", fiscalizador de la vida privada, algo semejante a un "comisario de la salud política revolucionaria". Sin embargo, siendo Esparta el paraíso para los abanderados de la democracia, el conjunto de las ciudades griegas no sufrió, hasta tal extremo, el rigor del igualitarismo espartano.

En algunos de los que presentaron enmiendas a los estatutos del partido Foro Asturias, durante el congreso constituyente del mismo, se pudieron oír ecos del populismo demagógico izquierdista. Don Gonzalo, miembro de la mesa constituyente, atenazado por los nervios y limitado por el tiempo otorgado a los ponentes, no consigue corregir lo que, de todo en todo, es un desafuero populista. Doña María Jesús, también miembro de la mesa constituyente, es, en cambio, afortunada en la intervención. Con gran acierto, frente a lo que se puede considerar posición propia del igualitarismo populista asambleísta, doña María José señala la debilidad de los argumentos de algunas de las enmiendas: pregunta por la razón que pueda justificar la necesidad de poner límite temporal a la gestión de quien, con su altura moral y talla intelectual, ha demostrado ser persona de valía y capaz para cumplir con la función asignada; indica, también, que tal pretensión (populista-asambleísta) representa una limitación a la libertad individual e instituye el igualitarismo como ideal frente al mérito y esfuerzo personales. Finalmente, en este enfrentamiento dialéctico, se impuso la sensatez, invitando a profundizar, mediante reflexión crítica acerca de las primarias.

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