Resignación

10 de Marzo del 2011 - Francisco Domínguez Menéndez (Avilés)

No deja de sorprenderme la facilidad que tienen Zapatero y su equipo para cargar de munición argumental las escopetas dialécticas de sus adversarios políticos y mediáticos. La improvisación encadenada. La inconsistencia en el criterio. Los absurdos, por ineficaces, planes de empleo a costa de la nómina del funcionariado y las pensiones. Las subidas de impuestos, necesarias y justas pero insuficientes por sí solas para mejorar este abatido Estado del malestar. El empobrecimiento galopante de la clase trabajadora. El empecinamiento en dilapidar los recursos económicos con grandes subvenciones a las energías renovables, cuyas consecuencias estaremos pagando varios años con el agravante de no haber solucionado las carencias en esta materia. Los salarios de una caterva innumerable de asesores ministeriales y resto de administraciones públicas, que solo sirven para disminuir las listas del paro. Las penúltimas medidas para el ahorro energético, tachadas de ocurrentes por la mayoría de analistas con criterio. La inconsciencia de un líder atrapado en medio de una tormenta sin horizonte porque no supo o no pudo rodearse de las cabezas mejor amuebladas del partido. Personajes tan grises como él mismo, Miguel Sebastián, José Blanco, Elena Salgado, Manuel Chaves, Sinde o la señora de la confluencia astral –solo excluyo al señor Rubalcaba por la capacidad demostrada para el diálogo y su gestión al frente del Ministerio del Interior–, forman parte de un elenco de segundones incapaz de diseñar políticas activas de empleo, que son la clave para sacarnos de este atolladero.

Todo este arsenal de despropósitos, unido a una fuente inagotable de consignas falaces e hiperbólicas amplificadas por el poder mediático adverso, conduce al PSOE, si la coyuntura económica y de empleo, es decir, los motores productivos mundiales, no lo remedia, al mayor fracaso electoral jamás vivido por el partido en este periodo democrático. Al nuevo líder de la formación, si es que aciertan en el nombramiento, le queda una dura tarea por delante si quiere paliar el «efecto Zapatero», ese político placebo de bajo espectro a quien los «brotes verdes» le duran veinticuatro horas. Al día siguiente nos suben las cifras del paro y baja la Bolsa.

La última consigna, la que publicitan como gran estreno en todas las carteleras afines al PP, es la que desarrolla una trama de episodios conspirativos contra las libertades individuales ciudadanas. De tal guisa pintan los últimos decretos gubernamentales que a uno le parece estar viviendo en la Alemania de los años cuarenta. Alguien debería decirles que las exageraciones, por ser tan evidentes, consiguen justo el efecto contrario del perseguido, a no ser que la ideología conservadora haya devenido temporalmente en libertaria, hasta pasadas las elecciones, que todo es posible en este mundo del camuflaje y transformismo político.

No quisiera concluir sin dejar en el aire algunos interrogantes para los que mi formación intelectual no encuentra respuesta o la percibe vacilante. Por favor, tome nota, don Miguel. Si la medida estrella o más mediática de todas las disposiciones transitorias, esa que nos obliga a circular en autovías y autopistas a una velocidad máxima de 110 km/h, es tan beneficiosa para las arcas del Estado debido al ahorro de entre un 5 y un 15% en el consumo de combustibles derivados del petróleo, según estimaciones gubernamentales, y ya que el nuestro es un país dependiente de la OPAEP, zona altamente inestable, ¿no debería mantenerse intocable hasta que transitemos hacia las proximidades de la menor dependencia energética? En cualquier caso, si todo este montaje tiene una duración de cuatro meses, según cálculos del Gobierno, ¿no sería mejor para el empobrecido bolsillo de los ciudadanos, después de transcurrido ese tiempo, bajar un porcentaje equitativo, vía impuestos del carburante, el precio del combustible y seguir manteniendo la medida? Una vez más, estoy convencido, el limbo solo existe para las preguntas bienintencionadas pero incómodas; el cielo, para las petroleras y sus derivadas, y el infierno, para el contribuyente. Los gobiernos son simples cintas transportadoras de sangre, sudor y lágrimas del asalariado a los medios financieros y oligopolios de facto, esos señores de la macroeconomía que no tienen más bandera que el poder omnímodo que otorga la riqueza insaciable.

Lo de las ruedas subvencionadas y los cambios masivos de lámparas del alumbrado público, mejor dejarlo para otra ocasión. Tanto uno como el otro son temas nebulosos de muchas sombras en forma de euros y pocas luces, aunque Rubalcaba, al que quiero desearle desde estas líneas una pronta recuperación, ya se encargará de ofrecernos explicaciones comparativas que solo hacen aumentar el cabreo patrio. ¿Por qué, si todas estas decisiones tienen una eficacia probada en otros países de nuestro entorno, no se fueron introduciendo paulatinamente en el nuestro? A lo que parece, al señor Sebastián le llegan varios años tarde las noticias internacionales sobre ahorro energético, los últimos avances en luminotecnia, la tecnología del neumático y la inspiración. En manos de quién estamos, Señor. Lo triste de todo esto es que la alternancia que se avecina practica esa filosofía estoica, contemplativa, que no da frío ni calor, solo resignación.

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