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Flash, en su despedida

17 de Febrero del 2009 - Manuel Luis Rodríguez García (Oviedo)

Flash, en su despedida, me encargó que transcribiera un resumen de sus recuerdos, sensaciones, pensamientos y reflexiones. Me los transmitió con su amplio registro de maullidos de gato siamés y con su tierna mirada. Flash, entre otras muchas cosas, algunas de imposible transcripción por falta de palabras y exceso de emoción, me dijo lo que sigue.

«Siempre fui muy hablador. Me gustaba comunicarme con mi familia, que me entendía a la perfección, aunque en mis últimos días no querían hacerme caso cuando sabían, como yo, que había llegado mi hora. La verdad, yo tampoco quería aceptarlo, por eso disimulaba.

»Pero, por encima de lo convencional de la fecha del 14 de febrero, dicen que día de los enamorados –yo lo estaba de mis “gatos” mayores–, el pasado sábado percibí el doloroso acto de amor que hacia mi tuvieron María Jesús y Luisma, después de hablar con mi querida dueña, Miriam. Me querían y me quieren tanto como yo a ellos y por fin entendieron que yo debía abandonar el sufrimiento que arrastraba desde el último día del maldito bisiesto 2008, en que me diagnosticaron una insuficiencia renal que aceleradamente me minaba arrasando el tratamiento que intenté seguir.

»La última semana, a pesar de mis esfuerzos por que no me lo notaran, fue terrible. Aguanté todo lo que pude con la dignidad que sólo tenemos los gatos, y les di mi cariño, mis ronroneos y mis abrazos como siempre, o mejor, como pude con las escasas fuerzas que me quedaban.

»En los recuerdos que se me amontonaron estos días sólo encontré momentos de satisfacción desde aquel venturoso mes de noviembre de 1995 en que las amigas de Miriam tuvieron la buena idea para mí de usarme como regalo de cumpleaños tras rescatarme a tiempo de una tienda de animales donde habían decidido acabar de golpe con mis siete vidas por ser poco comercial ¡Qué alegría cuando, nada más verme, Miriam me bautizó como «Flash», el nombre que siempre quise, pues así era yo! ¡Qué bien lo pasaba en Llanes! ¡Y en mis largas carreras por mi casa de Oviedo, y…! ¡Qué bien lo pasé con cuantos me conocieron, siempre dispuestos a acariciarme y a rascarme la barriga! En mis trece años y medio de vida con mi familia –trece años, qué sarcasmo para un gato nada supersticioso–, sólo un pequeño lunar, una depresión por celos ante un momentáneo intruso, de lo que doy cuenta a modo de inventario y por ser el único mal trago o la única pequeña faena que, sin querer o por no saber, me hicieron.

»Me enorgullezco de haber sido un buen ejemplar de gato siamés. Estirado, me apoyaba a lo ancho de las paredes del pasillo. Llegué a pesar diez kilos. Los oía decir que era muy digno, noble y cariñoso. Yo creo que como todos los gatos, como todos los animales, cuando se nos respeta, como me respetaron a mí, y se nos quiere y se nos da cariño, caricias y cuidados, como me dieron a mí. ¡Con cuánto mimo me bañaba y me acicalaba María Jesús!

»Les oí elogiar mi dignidad hasta el último momento encima de la mesa metálica de la clínica, donde, dentro de la base de mi caja de transporte y sintiendo las caricias de María Jesús y Luisma, abandoné este mundo, no sin más esfuerzo del esperado y queriéndoles tanto como ellos a mí y para siempre.

»No me lloréis, porque me hicisteis inmensamente más feliz de lo que hubiera podido imaginar aquella bolina sin desparasitar ni vacunar, aquel botón espelurciado y famélico, hecho un adán y casi desahuciado, que llegó a una familia y a una casa donde tanto me quisisteis.

»Hasta siempre, mi querida familia.

Flash».

Para todo cuanto me dijiste, querido Flash, necesitaría un suplemento del periódico para ti solo, lo que no dudo que te mereces. No te preocupes, que lo guardamos para nosotros. Espero haberte sido también fiel en este último encargo.

Hasta siempre, grandullón.

Hasta siempre, querido Flash.

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