La santidad de un gran Papa
Me resulta ímprobo resumir en pocas palabras una personalidad tan rica y al mismo tiempo grandiosa como fue la de Juan Pablo II, un Papa muy querido y recordado de todos. Pocos serán los que, ante sus gestos y comportamiento singulares que ejercían un atractivo personal irresistible, no se dejaran más de una vez sumarse a las aclamaciones entusiastas de la muchedumbre que enardecida solía gritar: «Juan Pablo II te quiere todo el mundo» o «totus tuus» («todo tuyo»). A nadie se le oculta las especiales cualidades que adornaban su persona, pero más que todas ellas, sus virtudes heroicas que ejercitó durante su vida, en especial como padre y pastor de la Iglesia, que le merecieron la consideración de un hombre de Dios. Será, por tanto, un justo reconocimiento y un signo elocuente de la hondura de su fe y de la plenitud que ahora goza de su vida en Dios, la proclamación de beato que le hará la Iglesia en la cercana fecha del próximo 1 de mayo en Roma. Un gran día no sólo para los católicos, sino también para la opinión pública mundial y para personas de todos los colores y credos.
Entre los muchos recuerdos que nos dejó destacan como más relevantes el de ser un «Papa viajero» con miles de kilómetros recorridos en misión apostólica; el de la atención a la juventud con la creación de las Jornadas Mundiales de la Juventud (JMJ); el de un fecundo magisterio eclesiástico con innumerables documentos, discursos y encíclicas; el de haber elevado a los altares al mayor número de personas que se conoce en la historia de la Iglesia; el de vehementes deseos e intentos de acercamiento con nuestros hermanos separados; incluso el de haberse mostrado en algunas ocasiones, cuando requería el caso, con firmeza y contundencia en el desenmascaramiento y condena de la injusticia, la mentira o la violación de los derechos fundamentales de la persona.
Subtítulo:La beatificación de Juan Pablo II en Roma el 1 de mayo
Destacado: Fue un paladín indiscutible en la defensa de la vida humana
Fue un paladín indiscutible en la defensa de la vida humana, concebida pero no nacida. Suya es la encíclica «Evangelio de la Vida», síntesis final de la continua y perenne enseñanza de la Iglesia sobre el respeto a la vida humana. Como en la «Rerun novarum» de León XIII, también en la «Evangelium vitae» de Juan Pablo II existe una denuncia de la situación social. En ambos casos la Iglesia realiza una defensa a favor de los más débiles. Esta enseñanza se hizo cada vez más insistente a partir de la publicación de la «Humanae vitae» de Pablo VI, siendo el pontificado de Juan Pablo II el cénit de este esfuerzo por defender la vida humana. Exhortaciones, instrucciones, encíclicas papales culminarán en la creación de la Pontificia Academia para la Vida con el fin de estudiar, informar y formar en lo que respecta a las principales cuestiones de biomedicina y derecho, relativas a la promoción y a la defensa de la vida. Este inmenso esfuerzo del Magisterio eclesiástico y del pontificado de Juan Pablo II ha de tener su justo reconocimiento y gratitud en la fecha de la celebración de su beatificación.
En medio de la alegría de muchos también habrá unos pocos que se sentirán resentidos, por lo que no pudieron obtener de él lo que deseaban, como teólogos rebeldes, feministas radicales, homosexuales, curas casados… un largo etcétera, que seguirán tildándole de retrógado e intolerante. Pero seguro estoy de que el gran corazón de ese Papa que instituyó la fiesta de la misericordia divina sabrá acogerles con la benevolencia y el perdón de un padre bueno y santo.
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