A su «bola»
Recordatorio de recordatorios. El alma tiene ilusiones, como el pájaro alas; eso es lo que la sostiene. Hugo
Ishara (por aquellos tiempos) era una renacuajilla: Teté, Teté, Teté, llamaba a su abuelo materno, acurrucándose en el regazo de Teté. Ella (única nieta «fémina» hasta entonces) había llegado cual hada. ¡Ay, aquellos Tata, Tata, Teté, Teté...
Las mamás, papás, abuelas/os, bisabuelas/os soñamos con nuestros renacuajillos. Así ocurrió desde el principio de los principios, o sea, verbigracia, los hijos y los hijos de nuestros hijos, nietos y bisnietos que pronto van creciendo y pronto, asimismo, se van yendo a su «bola».
Hoy, ayer, la Tacita tenía necesidad de reiterar las presentes y brevísimas líneas. El tiempo corre, los años pasan y permanentemente hay que ir aprendiendo (lo cual casi, casi, casi, casi es imposible) a quedarse sin los seres pequeñajos que en un abrir y cerrar de ojos (reiteramos un «Primer café» de hace mucho tiempo) vuelan a su «bola». Mas vosotras/os y nosotros amamos, amaremos a nuestra gente con toda el alma mientras vivamos y después también desde la estrella que nos está esperando. Sí, desde allí también.
Despedida y cierre, amables lectores. Fortísimos abrazos en general. Para ti, Natalia, África, Isabel. Maruja, Luismi, Arancha, María Aurora, Tere, un beso extensivo hacia cuantas/os nos queremos. Salud, amor, y que seáis dichosas/os en lo posible. Érase una vez.
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