Palacio Valdés y su entorno natal
Acostumbraba Armando Palacio Valdés a visitar Laviana siempre que sus ocupaciones literarias se lo permitían… Una vez instalado en Madrid, los viajes a Asturias eran bastante frecuentes, y especialmente en época estival, donde visitaba Gijón, Candás o Luanco. A su terruño natal dedicó Palacio Valdés varios veranos, según me contó en su día el sacerdote lavianés don Luciano García Jove, amigo del escritor a quien acompañó en numerosas ocasiones en sus paseos desde la Pola a Entralgo por los aledaños del río Nalón.
Y era el mes de agosto el preferido del novelista para disfrutar de unos días del paisaje y paisanaje de Laviana. Tierra querida por Palacio Valdés y que tan bien reflejó en «La Aldea Perdida». El popular novelista, cuando acudía a Laviana, solía hospedarse en la Fonda de Lamuño, en el mismo centro de la villa polesa, hoy calle de Arturo León en sentido a la plaza mayor. En ese establecimiento regentado por Silvino García-Jove y Soledad Lamuño vivió Palacio Valdés días inolvidables. Desde la hermosa galería de aquella histórica fonda podía observar D. Armando el acontecer de la Pola. En ese rincón de la casa leía, estudiaba y a veces dormitaba, tras una copiosa comida. Esos manjares de la tierra que tan bien preparaba la señora Soledad y que tanto gustaban al escritor.
Palacio Valdés menciona en «La Aldea Perdida» los productos más frecuentes que las gentes de Laviana utilizaban para sus elaboraciones culinarias. Eran los primeros años del siglo XX y la comida más frecuente se centraba en las patatas, las berzas, las judías y las truchas, sin olvidar la leche y los tortos de harina de maíz. Toda una despensa notable que superaba la cocina de subsistencia. Y es que en el ámbito rural, salvo excepciones, siempre había algún bocado que llevarse a la boca. Los huertos floridos y el entonces caudaloso y pletórico río Nalón eran realidades de abastecimiento cotidiano. Y en los llares de aquella época la boroña presidía todos los días del año las mesas y los escaños de la mayoría de las viviendas del entorno lavianés.
Y a don Armando, muy sibarita él, le encantaban las truchas fritas con torreznos elaboradas por la dueña de la Fonda, la señora Soledad, la menestra, la tortilla de patatas y las sopas de ajo. Estas viandas eran de mañana. Por la noche las apetencias sólo tenían una dirección, boroña y leche. El mismo condumio que cenaba en su residencia veraniega de Cap Breton en la región francesa de Las Landas. Y en su mente siempre estaba su querida Trini, la hija de los señores de la casa. Su musa, su perla escondida.
Fuera de la Fonda existían dos locales en el contorno de la Pola preferidos por Palacio Valdés para saborear productos de la zona. Un viejo local situado en el castizo barrio de La Pontona donde elaboraban buenas sopas y unas empanadas de anguila y de trucha que al decir de muchos parroquianos quitaban el hipo. Todas las viandas regadas por un vino tierra de León. Aquí en este viejo local tertuliaba y disfrutaba de la comida Palacio Valdés con sus amigos Agapito León, Silvino García-Jove, Emilio Zapico y Benito Menéndez, entre otros. La otra casa de comidas se encontraba en Entralgo, su pueblo natal. Era un pequeño local conocido por Casa Ezequiel. En este rincón del paladar, con manteles de percal y un buen servicio de mesa, se ofertaba la menestra de temporada, truchas en diversas modalidades y pollo con guarnición. Y de postre, leche cuajada. Cuatro platos que asombraban a don Armando por su técnica culinaria y sus sabores.
El novelista lavianés pasó el último verano en su solar natal en el año 1934, según palabras de su amigo el cura don Luciano. Ya no volvería más a su tierra. Cuatro años más tarde fallecería en Madrid en plena contienda civil… Precisamente en agosto de 1933 Armando Palacio Valdés colaboró con el opúsculo de los festejos de la Virgen del Otero con un emotivo artículo, titulado «Añoranzas». En estas letras hacia su entorno no menciona su amor por la gastronomía, pero sí escribe párrafos plenos de emoción, especialmente para los que somos y formamos parte de este concejo del alto Nalón. Dice lo siguiente: «Con alegría observo que Laviana, cual dormida crisálida, rompe su envoltura de ignorancia y se lanza mariposa a los espacios.
Subtítulo: Recorrido por los lugares preferidos del escritor en Laviana
Destacado: A don Armando, muy sibarita él, le encantaban las truchas fritas con torreznos elaboradas por la dueña de la Fonda de Lamuño, la señora Soledad, la menestra, la tortilla de patatas y las sopas de ajo
»Siempre he creído en el porvenir de Laviana, no solamente por la riqueza minera que yace en su seno sino también porque sus pobladores forman una raza muy despierta. En mi adolescencia y juventud he conocido y tratado a muchos de esos aldeanos y he advertido en ellos una dosis de buen sentido y penetración mezclada de socarronería que no pude hallar en otras regiones de España. Ahí no hace falta más que cultura, y vosotros, jóvenes intelectuales, estáis llamados a prestarla. Ese mismo buen sentido, penetración y socarronería han pensado encontrarlo en mí algunos críticos. No sería extraño, porque yo, bien mirado, no soy más que un paisanín de Laviana. En ese valle he nacido y en él se guarda el tesoro de mis recuerdos y los de mis antepasados. Cuando veo estampados en los periódicos extranjeros los nombres de Laviana, Entralgo, Villoria y Condado me siento conmovido, porque me parece que, aunque débilmente, pago mi deuda de gratitud al rincón agreste donde vi por primera vez la luz del día y donde he gozado días bien felices.
»¡Bien felices, sí! Por vivirlos otra vez daría lo que he sido y lo que soy en el mundo de las letras. En aquel tiempo escalaba yo alegremente los cerros y las montañas que guarnecen ese valle, la Peña Mea, el pico de la Vara, los montes del Raigoso. A la Peña Mayor ascendí cuando contaba 22 años de edad, y allí dormí en la cabaña de un pastor.
»Treinta años más tarde, cuando contaba 52, subí de nuevo acompañado de Benito y Bernardo Menéndez, Silvino Jove, el párroco Rosal, el juez Prendes Pando, presidente después de la Audiencia de Oviedo, y de algunas bellas y amables jóvenes.
»A los montes del Raigoso fui a cazar con Agapito León, Emilio Zapico y otros amigos. Ellos cazaron algunas piezas. Yo no cacé nada más que un zapito de leche tan sabrosa que no he podido olvidarla en mi vida.
»En las romerías del Carmen, de los Mártires, y de Lorío comí avellanas y empedernidas rosquillas. En la de Las Campas bebí algunos vasos de vino peleón en compañía de mi inolvidable amigo Agapito León y el famoso Tamón de las Argayadas. Me bañé en el pozo de la Coaña, canté en las esfoyazas, salté en las fogueras, bailé al son de la gaita, pillé indigestiones de manzanas verdes, monté caballos en pelo y me caí y me rompí las narices. Esas cosas no se olvidan jamás.
»En mi extrema vejez vuelvo los ojos a aquellos días venturosos que contemplo vivos y pintorescos, como si los tuviera delante. Los que después han llegado son pálidos a su lado. No es sorprendente, pues, que cuanto ocurre en Laviana me interese profundamente y que apetezca para ese querido valle la paz, el bienestar y la cultura a que tiene derecho».
Carlos Cuesta, presidente de la Asociación Asturiana de Periodistas y Escritores de Turismo (ASPET)
Debe rellenar todos los datos obligatorios solicitados en el formulario. Las cartas deberán tener una extensión equivalente a un folio a doble espacio y podrán ser publicadas tanto en la edición impresa como en la digital.
Las cartas a esta sección deberán remitirse mecanografiadas, con una extensión aconsejada de un folio a doble espacio y acompañadas de nombre y apellidos, dirección, fotocopia del DNI y número de teléfono de la persona o personas que la firman a la siguiente dirección:
Calvo Sotelo, 7, 33007 Oviedo