A doña Anabel Llamas Palacios
Anoche soñé: así empezaba una película de A. Hitchcock de esas que llaman suspense.
Así también soñé yo y permanezco aún en suspense después de leer la bella historia que llevó a LA NUEVA ESPAÑA doña Anabel Llamas Palacios.
Esperaba que tan bella y sugestiva historia tendría alguna repercusión escrita entre los lectores de tan importante diario. Vana esperanza la mía. La historia del doctor Nathanson que de furibundo defensor del aborto pasó, humildemente, a retractarse de cuanto había predicado, defendido y ejecutado, a afirmar la plenitud del feto como vida humana y la obligación de protegerlo merece una profunda reflexión.
Por información de prestigiosos doctores ovetenses sabía que la historia del doctor Nathanson era de sobra conocida entre profesionales y en los foros médicos.
Doña Anabel tiene el mérito de dárnosla a conocer a los miles de personas, como el que esto escribe, que somos profanos y simples mortales.
Las investigaciones y las conclusiones del doctor Nathanson no tenía por qué tener ninguna connotación religiosa, puesto que la defensa de la vida pertenece a toda la humanidad, pero, quizás, el hecho de haberse convertido a la religión católica, que como todo el mundo conoce es absolutamente contraria al aborto, contribuyó a que su historia fuera diluyéndose hasta desaparecer.
Aunque sólo valga esto para los creyentes, la historia termina aún más bella, si cabe.
El doctor Nathanson es como un émulo de San Pablo. El apóstol de los gentiles conoció a Cristo porque se cayó del caballo. Nathanson, que recibió el bautismo en San Patricio de Nueva York, conoció a Cristo por la ciencia a través de los ultrasonidos.
Por cierto, ambos eran judíos.
Para terminar, sólo me queda agradecer a mi desconocida doña Anabel Llamas habernos permitido descubrir tan bella historia. Gracias.
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