Preocupación

15 de Marzo del 2011 - Alfredo J. Quintana García (Lugones)

Hay dos elementos químicos, que aunque puedan existir en grandes cantidades en muchas partes del Universo (en el corazón de las estrellas), afortunadamente no existen en nuestro planeta (que al fin y al cabo es una partícula de ceniza apagada proveniente de una estrella extinta), por haberse agotado ya, en el tiempo que lleva nuestro planeta apagándose, permitiendo así el desarrollo de la vida. Son el Plutonio-239 y el Uranio-235 (de éste último quedan aún muy pequeñas cantidades en la tierra). Estos dos elementos constituyen el combustible que, por sus características, es necesario para construir las bombas de fisión nuclear (bombas atómicas). Por ello, en los principios del desarrollo de la tecnología para construir las primeras bombas atómicas, en mitad de la segunda guerra mundial (1942), se construyó en Chicago un dispositivo, al que llamaron reactor nuclear, en el que a partir del Uranio-238, un metal relativamente abundante y disponible, se conseguía sintetizar, por trasmutación radiactiva, el Plutonio y U-235 con el que se construyeron las primeras bombas (utilizadas en Japón). Como este proceso liberaba mucha energía en el reactor, el vapor que se originaba al enfriarlo para que no estallara se aprovechó para mover unas turbinas, obteniendo así de carambola electricidad, como subproducto aprovechable. A partir del éxito militar de las primeras bombas, muchos países se lanzaron a construir reactores para obtener el material para tener sus arsenales de la eficaz nueva arma, aprovechando también para obtener electricidad. Así empezaron a aparecer reactores nucleares por doquier.

Pero en los reactores nucleares, junto con estos dos productos artificiales, que además de usarlos en las bombas también se pueden quemar en algunas centrales especiales para obtener más electricidad, también se generan una gran cantidad de otros productos incompatibles con la vida, igualmente inexistentes hasta ahora en nuestro planeta (lo que ha permitido el desarrollo de la vida); con estos productos no se puede hacer nada, salvo, de momento, guardarlos en depósitos especiales, piscinas, junto a las centrales, a la espera de que a alguien se le ocurra en el futuro que hacer con ellos. Son rabiosamente letales, absolutamente radiactivos, y su liberación a la biosfera tiene un potencial letal como para eliminar las condiciones que permiten la vida en nuestro planeta, al menos la vida superior (se dice que los insectos podrían sobrevivir en ese ambiente). Las toneladas de estos productos no paran de aumentar año tras año, en los cientos de centrales en funcionamiento a lo largo y ancho del planeta. Cuando estalló Chernóbil no hubo maremoto, sólo la nube, rápidamente controlada y sellado el reactor convertido en un sarcófago; y se detectaron niveles muy altos de radiactividad en las cosechas de medio mundo, en peces pescados en todos los océanos, en los alimentos consumidos por todos, con consecuencias (cáncer) que muchos de nosotros o nuestros conocidos podemos haber padecido sin saber su origen. Y ahí siguen esas sustancias sueltas, en los campos de Rusia, en la harina de nuestro pan, en la carne de nuestros pescados, en las leches. Y seguirán durante miles de años, acechando a nuestros descendientes. Lo que me preocupa de Japón, a más de las explosiones en las centrales y las posibles liberaciones de nubes de vapores radiactivos, es qué habrá pasado con esos residuos absolutamente letales, toneladas almacenadas durante décadas en piscinas junto a las centrales, si el maremoto se los habrá llevado al mar. No se habla nada de esto.

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