José Ramón Domínguez Carrasco, mi amigo
Ya hacía muchos años que no nos veíamos ni hablábamos. Después de haber sido tan amigos, la vida nos había separado, pues tú estabas trabajando en Huelva y yo en Asturias. Nos habían separado la vida y dos episodios que yo no te perdoné: el de no haber venido a mi boda y el de no haberme llamado para saber de mí cuando la muerte de mi madre.
El tiempo transcurrió y, aunque no nos veíamos y yo me había prometido no volver a saber de ti, el destino quiso que sí me llegaran algunas noticias tuyas a través de un amigo en común, Alberto, que de vez en cuando iba a verte a Huelva, donde os habíais conocido trabajando.
Así supe que te habías casado y que te iba bastante bien, aunque últimamente volviste a tener algún que otro problema y a protagonizar alguna que otra trastada.
Fue el lunes 7 de marzo de este año cuando al entrar a trabajar me encontré con Alberto y me espetó la última de tus trastadas, te habías quitado la vida. Fue también el destino el que lo hiciera coincidir con el día del cumpleaños de mi madre, el 1 de marzo.
De repente te perdoné todo y me di cuenta de lo que te quiero y de lo solo que te dejé durante todos estos años. Si hubiera estado a tu lado, creo que esto no habría pasado.
Te prometo no volver a dejarte solo, ahora siempre estarás dentro de mí, me acompañarás donde esté y no volveré a permitir que salgas de mi corazón.
También te aseguro que nos volveremos a ver, a reír y a abrazar.
Un beso, chaval, y perdóname.
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