Parece mentira
... Al escuchar tales palabras giré sobre mis talones. Creo que me sobresalté. Observé su cara y ella no ocultó, al mirar de mis ojos, su habitual guiño picarón. Penélope López, trabajadora ella de las que se llaman «sociales», se desenvolvía laboralmente en la misma demarcación urbana que la de mi domicilio. En estos momentos sostenía entre sus manos una pila de documentos en los que manipulaba, afanosa, comprobando y señalizando, en cada uno de ellos, el orden que figuraba en un formulario de color anaranjado. Yo le había preguntado, días antes, cuál era la razón que obligaba a verificar un certificado individual de empadronamiento por cada solicitante. La respuesta fue tan breve como concisa:
–El certificado de empadronamiento es para saber si el titular es o no asturiano de pro –repuso.
–A estas alturas ya debería usted saberlo –añadió.
–Pues... no sé –dije para mi coleto alejándome lento y muy tardo.
Acudieron entonces a mi memoria vagos recuerdos de pasajes y acontecimientos no vividos pero que sí fueron relatados; y también de los nombres de personas de renombradas familias enfrentadas todas ellas en lucha desigual por aparentar, cada una a su manera, una mayor preponderancia social y capacidad financiera desafiando, si preciso fuera, a quien pretendiera significar mayor riqueza que la suya. Estas «potestades» no siempre aparecían protagonizadas por nativos o tal vez indianos, sino también por adyacentes provincianos y por allegados ocasionales a todos los cuales se les aureolaba con el calificativo de intrusos... Tales circunstancias llevaban al paroxismo a los nativos cuando aquéllos lograban ejercer una presidencia en ateneos, en círculos de artesanos, en diseñadores, en sociedades secretas, muy en boga por entonces, en clubes; en casinos, en centros deportivos y en otros de carácter «multinacional» cual pudiera ser el Centro Asturiano u otros por el estilo... Y no digamos de la propiciación que cara a una actividad política convencional ejercían los caracterizados con estas peculiaridades, más la pericia adquirida, por mor de la cual resultaba sumamente fácil llegar a ser concejal o consejero sin siquiera habérselo propuesto.
Reanudado mi andar, me respondí a mí mismo: Pues la verdad y por lo que a mí respecta, yo no tuve la oportunidad de que alguien me encumbrara a cambio de tener que ser posteriormente desdeñado. Tampoco fui culpable de torpeza alguna por este lado, ni tampoco merecedor de santificación por el otro, siendo, por ello, por lo que todavía pueda cantar «A Rianxeira» con «La Santa Espina» y/o emocionarme hasta la exaltación con un «Asturias, Patria Querida» después de haber entonado con brillante agudo la vascongada «Maitechu mía»... Al menos por ahora...
José María Rodríguez Collazo
Oviedo
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