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La energía nuclear

18 de Marzo del 2011 - Alfredo J. Quintana García (Lugones)

Estos días, con motivo del accidente en la central nuclear de Fukushima, todos los medios de comunicación, tertulias de bar etc, están que echan fuego con discusiones sobre el tema, en general muy encendidas, entre detractores y partidarios de las centrales nucleares. Y observo que en muchos casos, como muy bien indicaba recientemente en una carta en esta sección el señor D. J. Jesús J. Suárez, de Gijón, la gente se posiciona en el debate defendiendo su postura de forma fanática, muy apasionada, pero ciega, sin argumentos ni datos. Quiero participar en el debate, pero sin posicionarme, sólo aportar unos datos y algunas consideraciones personales a la luz de estos datos, pero sin discutirle a nadie su postura. Es un tema con el que me encuentro preocupado como padre de unas criaturas inocentes que han nacido en un mundo en el que todo lo que las rodea, incluido lo que han comido desde el vientre de su madre, está afectado por la contaminación radiactiva provocada por el accidente de Chernóbil y muchos otros accidentes menores o no tanto, inadvertidos para la opinión pública.

La central nuclear japonesa de Fukushima estalló porque hubo un terremoto con maremoto. La de Chernóbil, muy lejos del mar, y en terreno estable, porque un operario tuvo un mal día y cometió una serie de equivocaciones en el manejo de los controles. La de Three mile islands, porque en el complejo sistema de tuberías, válvulas y bombas del sistema de refrigeración, se atascó una bomba, la de.porque como se descubrió después, un contratista había ahorrado demasiado en materiales... Todas ellas eran muy seguras, con mil sistemas de seguridad como las del resto de las centrales que siguen en activo. Llevaban decenas de años funcionando en la más completa fiabilidad, exactamente igual que las que aún continúan, que son muchas. Y el rosario de accidentes como estos continuará, por una causa u otra. Por pura estadística. El tiempo las hará ir explosionando una tras otra, por cada uno de los mil motivos posibles en cada momento: esto es algo intrínseco a su naturaleza inestable, explosiva. Es jugar con fuego. Cada uno de estos accidentes inyectará en el medio ambiente una enorme cantidad de materiales radiactivos con los que habremos de convivir para siempre, nosotros y nuestra descendencia, en nuestro entorno, nuestra agua, nuestro aire, nuestros alimentos con sus consecuencias.

Si una presa revienta, pueden morir muchos, incluso más que en el reventón de una central nuclear. Pero los que sobrevivan, al día siguiente ya no tendrán nada más que temer, salvo dolerse por los muertos del accidente. Sin embargo tras el reventón de una nuclear es cuando realmente comienza el motivo de temor, y sus consecuencias por todo el mundo no acabarán nunca; las consecuencias son las consecuentes a la liberación al medio ambiente de una cantidad variable de materiales altamente radiactivos, en una nube de gases, vapores y polvo, que dispersándose por el medio ambiente, matarán de forma silenciosa a mucha gente durante muchos años, también a gente que aún no haya nacido cuando el accidente, y a los hijos y nietos de esa gente. Por eso a dos días de la tragedia ya nadie se preocupa por los 15.000 muertos, ni en Japón ni en otro sitio. Hay más motivos de preocupación por el indeterminado, pero seguramente gran número de muertos que podrá haber en el futuro, a causa del material radiactivo liberado, en una lotería que ahora, o dentro de mil años, nadie sabe a quién le tocará. Así, aunque el accidente de Chernóbil sucedió hace más de veinte años, los materiales radiactivos liberados siguen ahí, en el medio ambiente, en nuestros alimentos, igual que al día siguiente y con los mismos efectos sobre la humanidad: el accidente de Chernóbil estaba antes de ayer tan vivo como hace veinte años, actuando igual, matando igual, y seguirá haciéndolo pasado mañana.

Las radiaciones letales que emiten los materiales radiactivos matan, se puede decir que de dos formas diferentes, según las dosis de radiación que recibamos: 1.- si se reciben altas dosis de radiación (los bomberos que acudieron a apagar las centrales accidentadas), por encima de un umbral determinado, la muerte es segura en pocas semanas, con unas quemaduras en todos los órganos del cuerpo. 2.- Con unas dosis menores, como las recibidas al ingerir los alimentos contaminados por material radiactivo, ocurre que un determinado porcentaje de los que reciban esas dosis bajas, desarrollarán efectos con muerte unos días después de recibir la dosis. Otro porcentaje, desarrollarán los efectos al cabo de unos meses, otro porcentaje, al cabo de unos años y otro porcentaje no llegará a desarrollarlos, muriendo finalmente por otras causas. El valor de estos porcentajes depende de la intensidad de la dosis. Si es muy, muy baja, la mayoría estará en el porcentaje de los que más tardarán en desarrollar las consecuencias (más de 20 años o nunca). A mayores dosis, mayor probabilidad de desarrollarla en un plazo menor. Por eso en Japón tanta gente huye de Tokio, porque con las nubes de materiales radiactivos liberados la concentración puede causar unas dosis altas, tanto mayores cuanto más proximidad a la central. Alejándose, disminuyen las dosis y por tanto la probabilidad de desarrollar los efectos (leucemia y otros tipos de cáncer). Pero nadie estará libre de dosis, aunque lógicamente menores. Ni en Europa, cuando este material se reparta por el mundo, sumándose para siempre al de Chernóbil

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