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Una fecha olvidada

24 de Marzo del 2009 - Antonio de Pedro Fernández (Cangas de Onís)

El 11 de febrero de 1873 (un 12 de febrero de hace doscientos años nacerían Lincoln y Darwin y, en ese mismo día, Venezuela celebra el Día de la Juventud, conmemorando la gesta que en La Victoria, la juventud venezolana, bajo el mando de un mantuano, José Félix Ribas, enfrentó a ese huracán del rencor y del sentimiento primitivo de los excluidos por la oligarquía colonial criolla, que fue José Tomás Boves) Congreso y Senado, en sesión conjunta y permanente, aceptaban la renuncia al trono de España de Amadeo I. Erigidos los diputados y senadores en Asamblea Nacional, reasumidos todos los poderes, declaró la República como forma de gobierno de España, dejando para unas futuras Cortes Constituyentes la organización de la misma y nombrando un poder ejecutivo, amovible y responsable ante las Cortes.

Llegaba así un día de febrero de 1873 la primera república española; llegaba traída por políticos de diversa laya, y por muchos, sin verdadera fe en la misma. El primer presidente del poder ejecutivo fue Estanislao Figueras, un republicano federal moderado. Formaría dos gobiernos, durante los cuales se cesó el servicio militar obligatorio, se creó una milicia de voluntarios republicanos. Figueras, un republicano de probado civismo, cansado del desbarajuste entre las distintas facciones, el 10 de junio, depositó sobre el escritorio su renuncia, paseó por El Retiro y tomó el primer tren para París. En tanto, Cataluña había proclamado el Estatut Catalá, los carlistas asolaban media España y Cuba se debatía, cruentamente, por lograr su independencia. Ganadores los republicanos para las Cortes Constituyentes, el 1 de junio se aprobó la propuesta siguiente: Artículo único: la forma de gobierno de la nación española es la república democrática federal.

Dimitido Figueras, un coronel de la Guardia Civil obligó a los diputados a elegir un nuevo presidente. Resultó ser Francisco Pí y Margall, ideólogo del federalismo, cuyo propósito era elaborar una nueva Constitución, aprobar leyes sociales, tales como reparto de las tierras desamortizadas entre arrendatarios, colonos y aparceros, regulación del Ejército, separación de la Iglesia y el Estado, abolición de la esclavitud en los territorios de ultramar (se logró sólo en Puerto Rico), enseñanza obligatoria y gratuita, limitación del trabajo infantil, jurados mixtos, derecho de sindicación obrera y jornada laboral de 8 horas.

El 17 de julio se presentó el proyecto de Constitución federal de la República Española. Incapaz Pí de llevar adelante sus planes, estallaron los viejos demonios adormecidos de la España histórica. Un nuevo y disgregador frente se abría: el cantonalismo. La España musulmana de las Taifas renacía con vigor segregacionista y decontrolado por tierras íberas. Pí dimitió el 18 de julio, le sucedió Nicolás Salmerón, otro federal moderado, quien consecuente con su republicanismo cívico se negó a dar el enterado a varias sentencias de muerte impuestas a soldados desertores en la guerra contra los carlistas. Era el 6 de septiembre. Emilio Castelar, su sucesor, clausuró las Cortes y pretendió dar al régimen un cariz unitario. Dimitido al ser derrotado en una votación -enero de 1874- el general Manuel Pavía rodeó el Congreso y ordenó su desalojo. Vacío de poder. Volvió un viejo general, Francisco Serrano, duque de la Torre, e instauró una dictadura republicana conservadora. Mientras, se había logrado reducir, no sin mucha sangre, el cantonalismo y arrinconar a los carlistas.

En esta vorágine de desgobierno, el 29 de diciembre de 1874, Martínez Campos, en Sagunto, se pronuncia a favor de Alfonso de Borbón, sin la oposición de Sagasta, presidente del último gobierno republicano. Se iniciaba la restauración.

La primera República llegó sin ser llamada, fue federal, cantonalista, unitaria y dictatorial. Removió las entrañas del país; se despertaron y explotaron sus viejas carencias y frustraciones. En cierta manera, contempló la rebelión de un pueblo amordazado, contenido y humillado. Pereció por su propia incapacidad política, por ser sus líderes e ideólogos prisioneros de sus apetencias personalistas o grupales. ¡Qué siglo éste! Por debajo, de la hojarasca de republicanos sin República y de monárquicos sin Rey, aleteaba la apetencia del pueblo llano, de los campesinos sin tierra, de los trabajadores explotados, de los pueblos hastiados de caciquismo y engaño.

La República de 1873 nos dejó un proyecto de Constitución grandemente avanzada para su tiempo y que, en algunas cuestiones, no ha sido superada. La nación española estaría constituida por estados, 117, incluidos Cuba y Puerto Rico (art. 1º); vecindad, para los extranjeros, como suficiente para la nacionalización (Art. 3.º y 4.º); puesta de todo detenido dentro de las 24 horas siguientes a disposición de la autoridad judicial (art. 5.º); jurisdicción natural para ser procesado o sentenciado (art. 13.º); derecho de petición amplio (art. 19.º); libertad de cultos (art. 34º), separación de la iglesia del Estado (art. 35.º); federación como forma de gobierno (art. 39.º); cuatro poderes: legislativo, ejecutivo, judicial y de relación entre estos poderes (art. 45.º), vale recordar que el presidente Chávez, de Venezuela, como ya había hecho Bolívar, excedió los tres tradicionales poderes montesquianos y que los de siempre consideraron una barbaridad; colegiación de los tribunales (art. 3.º); establecimiento de jurado para toda clase de delitos (art. 4.º); municipios con amplia autonomía en materia administrativa, económica y política (art. 106.º); carácter constituyente de las Cortes para deliberar en materia de reforma constitucional (art. 117.º), así como otras muchas disposiciones importantes que sería prolijo enumerar en tan corto espacio.

En definitiva, una época que no sólo por tormentosa, revivió los viejos problemas no resueltos de la convivencia histórica española y que, hoy, 136 años después, están, unos soterrados, otros formalmente recogidos constitucionalmente, pero, siempre, vivos en el subconsciente popular del alma española. Una fecha, una época olvidada, poco estudiada, más viva en la fe de quienes profesamos ser republicanos. Al igual que hacían aquellos que trajeron la segunda república, yo, modestamente, quiero rendir tributo a ese nunca logrado afán de hacer de España tierra de sueños...

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