La otra crisis
La terrible catástrofe acaecida en el admirado país nipón ha relegado –como no podía ser de otra forma– a un segundo plano la actualidad permanente del nuestro, que no es otra que la relativa a la galopante crisis que nos afecta en todos los órdenes, aunque más focalizada en su dimensión económico-financiera, porque estamos atravesando un momento trascendental en nuestra historia que dejará profundas huellas, por la gravedad de la situación.
El paro alcanza ya al veinte por ciento de la población y hay más de cinco millones de personas sin empleo; el estado de las cuentas públicas es alarmante con un déficit público del once por ciento y el de por cuenta corriente, que venía de ser de un diez por ciento, denota una grave falta de competitividad de la economía española, como está reconocido y constatado por todos los expertos, y por si fuera poco, las perspectivas para nuestro país de organismos internacionales como el Fondo Monetario Internacional, la OCDE o las instituciones especializadas de la Unión Europea son muy poco alentadoras. Para colmo, las agencias de rating siguen cuestionando la «calidad» de nuestra deuda pública.
Subtítulo: Ideas para corregir el rumbo de la economía española
Destacado: Se ha castrado la idea de nación soberana fomentándose el centrifuguismo más contrario a las modernas corrientes de integración y civilidad propias de la "aldea global" en la que nos toca vivir
Pese a lo preocupante de la situación, es posible corregir el rumbo. Existe unanimidad en los entendidos en la materia que si se toman, de una vez, por este Gobierno o por el que le suceda, las medidas adecuadas, si se implementan las reformas necesarias para oxigenar y dar impulso a la economía, España puede, sin lugar a dudas, iniciar el viaje de la recuperación y volver a crecer y crear empleo, como ya lo han hecho otros países también sacudidos por la crisis. Pero si no se abordan en serio las reformas necesarias, aunque resulten traumáticas y antielectoralistas, y se siguen practicando políticas basadas en el inmovilismo y el desbordado gasto público por los cuatro costados, España estará condenada a un largo período de estancamiento.
Siendo indiscutible que nos atenaza la crisis económica, constituyendo nuestra principal preocupación, de ella se saldrá, insistimos, antes o después, pues jamás ha existido un fenómeno semejante que no haya remitido, y la Historia es testigo cierto de ello, y vamos a ahorrarnos ejemplos y remisiones al pasado. El verdadero problema es que la crisis fundamental que tiene España en estos decisivos momentos es una crisis de valores, y es más profunda de lo que se cree y parece.
La debilidad se muestra en el envilecimiento de los hábitos y de las sanas costumbres, y aquí, que cada lector añada lo que quiera: la corrupción como norma de conducta de la clase política, con las excepciones de rigor; la mentira y el engaño como herramientas habituales de gobernación del país; la exclusiva validez de lo «políticamente correcto»; el totalitarismo que pretende acabar con las libertades, etcétera, etcétera. Se ha castrado la idea de nación soberana fomentándose el centrifuguismo más contrario a las modernas corrientes de integración y civilidad propias de la «aldea global» en la que nos toca vivir; se ha enflaquecido la capacidad de separar lo principal de lo accesorio, la resistencia a la fatiga y el espíritu de sacrificio para defender los principios inmutables de carácter universal, que hacen y han hecho grandes a los pueblos, y se han oscurecido las creencias en cuestiones ineludibles sin las que el ser humano pierde su consistencia vital y se ve, como marioneta, colgando de los hilos que lo mueven... Le han robado la fe en un Dios que premia la bondad y la rectitud y lo han dejado solo en las frías arenas del desierto en que duerme a la intemperie y al alcance de las fieras del odio, de la violencia y del dinero. Le han robado su fortaleza y lo han dejado en el vacío, en el abismo, en la nada, que conduce irremisiblemente al declive de la civilización. ¿Es esto «catastrofismo»? Yo lo llamo realismo.
Sin la contención de sus creencias y principios, el ser humano cae en el clásico concepto de que todo vale, todo cabe, todo está permitido... y así camina sin rumbo, sin objetivo, revestido de banalidad, no hallando los límites entre el bien y el mal, obnubilándosele el sentido de la conciencia que dirige los actos éticos, desencajándose de los marcos de la ley moral. Porque la crisis económica seguro que se superará, pero lo serio, lo decisivo, lo abismal está en que, ante el ataque a sus valores de etiología estructural, mujeres y hombres se hayan quedado sin la coraza de los valores que los humanizan, sin los cuales se convierten en mequetrefes errantes sin existencia propia, pendientes sólo de los dictados del poder para conformarlos y conducirlos a ese extraño «nuevo orden mundial», sinónimo de negación y destrucción, arrastrando la ruina de la conciencia individual y social, desechando como inservible nuestra tradición cultural de siglos... y la recuperación de estos pisoteados valores, como la austeridad, la solidaridad, la disciplina, el sacrificio, la responsabilidad, el compromiso, la búsqueda del bien común, el fomento y la protección de la familia como célula básica de la sociedad y un largo etcétera, requerirá el ciclópeo esfuerzo de varias generaciones para regenerar moralmente a nuestra sociedad para salir de la verdadera crisis que padece, de la que no vemos fin.
Pongamos manos a la urgente tarea ya, porque es deber ineludible del que no podemos sustraernos, salvo que queramos ser cómplices de esta triste situación.
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