Gijón, ciudad abierta
Ayer no más, al salir del aparcamiento de Begoña, buscando la avenida de Pablo Iglesias para ir por Biesques hacia la autovía de Santander y volver a Arriondas por Ribadesella, me di de bruces con un letrero enorme, calle de González Peña. No debemos de andar muy descaminados, dije. Un par de horas antes, a mi mujer, preguntando por peluquerías, le indicaron una, no recordaba si en la calle Pasionaria o de Dolores Ubárruri. Tiene que ser la misma, no va a tener dos calles; pero mejor te buscas otra peluquería. A no ser que quieras que te pongan moño.
Al final de Pablo Iglesias, la señalética previene que entramos en el Bibio. Así que me acordé del Foro, antes del Bibio, ahora de García Laviana, que también tiene avenida. Entonces, y tal vez por efecto de la primacía lacaniana del significante, el caso es que, de hilo en aguja, di con el pensamiento en la Iglesiona. Para cuándo una calle, una travesía, una minúscula glorieta, un miserable callejón sin salida para los curas y cristianos que salieron de la Iglesiona por decenas, camino del matadero. Muertos como los demás, sentencian los del Foro. Eso, como los demás; pero los demás (entre ellos algún Nieda) acaparan el callejero, mientras que los vuestros no tienen (que yo sepa) donde caerse muertos. ¿O quiénes son los vuestros? ¿O vosotros de quién sois?
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