El pueblo que no sabía llorar
Señor emperador, tengo que comunicarle que nuestro pueblo no sabe mostrar sus sentimientos, las parejas desconocen lo emocional, los maestros no saben cómo se sienten en realidad los niños y los padres de los adolescentes desconocen si los jóvenes están pasando una crisis. Nos gastamos muchos, muchos yenes en enseñarles que sufrir es también parte de la vida. En los colegios se muestran aves disecadas a las que se les quitan las plumas. Si aprenden a llorar sabrán cómo es la felicidad y sabrán cómo enfrentarse a los problemas personales. Mire, señor emperador, nuestro país ha sufrido los mayores horrores, la tierra se ha abierto y una ola de gran magnitud se ha llevado pueblos enteros. Al borde incluso también de una catástrofe nuclear, la población responde fielmente a nuestros consejos. Puede que todavía nos quede más por sufrir y que la desgracia no haya terminado todavía. En verdad le digo, señor, mirando al monte Fujiyama con la dignidad que nos caracteriza como nipones: ¿no deberíamos usted y yo dar ejemplo y comenzar ahora mismo a llorar?
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