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Los fuegos eternales

24 de Marzo del 2011 - José Manuel Feito

Meses atrás, ante un reportaje sobre el vertido en el golfo de México, un volcán marino, pero de lava de petróleo (los terrestres semejan más un surtidor), al sopor de los calores estivales me han venido a la mente, no sé por qué, los fuegos eternos. Recientemente he vuelto a recordarlo a propósito de las palabras del Papa sobre el fuego del purgatorio, que se podrían aplicar de alguna forma al fuego eterno. No hace mucho un volcán inmovilizó con sus cenizas media Europa escupiendo o vomitando no petróleo, sino fuego-fuego por aquella boca, que no veas.

Sabemos que las entrañas del planeta albergan millones de toneladas de petróleo y cantidades ingentes de gas. Desconozco la geografía interna del planeta, pero ¿podrían cruzarse alguna vez los fuegos del volcán con los gases o materias combustibles allí almacenadas, formando un cortocircuito infernal? Alguna vez acontece con el agua y aparecen fuentes termales y géiseres.

La verdad es que estamos viviendo encima de una inmensa bomba que la naturaleza ha colocado siniestramente bajo nuestros pies y que, de estallar un día, convertiría el mundo en un infierno. Eso pensaba aquella tarde estival, bajo un sol de justicia, sin más avío científico que la imaginación.

ladillo: Calor de hogar, fuego al sol

Uno tiene que confesar que de estos misterios geológicos sabe más bien poco, pero eso no obsta para que en los largos ratos de meditación, que la enfermedad obliga a practicar, se le crucen a uno por las mientes mil y un pensamientos.

Los viejos catecismos ya decían que en el centro de la tierra había cuatro infiernos. Los situaban allá abajo al no tener a mano otra aplicación natural a ese fenómeno ígneo ni más adecuada explicación de la verdad teológica.

Hoy la Iglesia ha descartado que el infierno sea fuego. Desde luego fuego material no puede ser puesto que, según el concepto tradicional, ningún daño haría a las almas. De ser, es otra cosa. No obstante incluso en el planeta hay diversos tipos de fuego y de calor. El del sol es diferente del calor de nuestro hogar. En su interior la temperatura alcanza los 15.000.000º C. La energía liberada en el centro del sol tarda un millón de años en alcanzar la superficie solar. Una vez en ésta y lanzada al espacio, tras ocho minutos de camino, llega a nuestro planeta. Su calor, distinto del terrestre, atraviesa el cristal de las ventanas, más aún, en su recorrido de unos 150 millones de kilómetros atraviesa regiones del espacio que permanecen a temperaturas bajo cero y en completa oscuridad. Solamente cuando llega a un planeta como el nuestro o encuentra cualquier cuerpo en el espacio se convierte en fuente de luz y de calor. ¡Y qué calor…! ¿Cómo será el de la estrella «VY Canis Majoris», cuya luminosidad es trescientas mil veces mayor que la del sol? Son una pequeña información sobre la que uno suele reflexionar.

ladillo: En la fragua de mi abuelo

Subtítulo: Sobre los misterios geológicos y los infiernos

Destacado: Hablando del fuego del purgatorio se dice muy atinadamente, como explicó el Papa, que no se trata de un fuego real, sino de un fuego de amor que abrasa

Otro fuego, ya más semejante al que conocemos, es el fuego misterioso que late en el corazón del planeta, un fuego que funde rocas y vomita lava desde hace no sé cuánto, a través de cientos de cráteres y de qué manera...

Siendo distinto del calor del sol siempre ha sido un misterio el de qué se alimenta y por qué, sin consumirse, durante tantos millones de años. Tampoco sé cómo puede permanecer sin peligro esa fragua inmensa de calor en el corazón del planeta, y a la par esos inmensos depósitos de gas y de petróleo, posiblemente pared por medio, sin que se crucen nunca. Y de nuevo me vuelvo a preguntar: ¿qué pasaría si una chimenea volcánica tropezara un día con una de esas gigantescas bolsas de combustible? Leí algunos libros al respecto y también he preguntado, pero nunca encontré una explicación satisfactoria. Acaso los vulcanólogos la tengan.

Y más de una vez recordé las lecciones de aquel gran profesor de mis años de estudiante llamado don Félix Prendes. En su clase de Física daba detallada explicación de las leyes de Kepler y, sobre todo, de la «ley de la gravitación universal». Según dicha ley, toda masa ejerce una atracción gravitatoria sobre cualquier otra masa tanto mayor cuanto más grande sea la masa. La manzana cae al suelo porque es atraída desde el centro de la tierra. Billones de toneladas de manzanas caerían de igual modo ejerciendo presión sobre la corteza terrestre. Pero es que a la vez toda la corteza terrestre y todas las capas que la componen ejercen también idéntica presión sobre el centro de la tierra, una presión que sin duda tiene que ser inmensa.

Por eso, y a la par de las nociones de física de don Félix, recordaba también haber hecho en la fragua de mi abuelo un experimento que un día nos explicó aquel otro maestro de mi infancia llamado don Antonio. Si apretáis con un torno mecánico una moneda de diez céntimos (entonces eran de cobre), veréis que con la presión la moneda se empieza a calentar hasta casi no poder tocarla. Lo mismo si el tren pasa sobre ella.

Personalmente y sin ánimo de pontificar, creo que acaso esa presión de la corteza, es decir la gravitación sobre el centro de la tierra, sea lo que provoque ese calentamiento capaz de fundir rocas y metales haciendo bullir la materia en las entrañas del planeta. Cuál sea la dimensión, temperatura, y estado de ebullición del corazón ardiente de mi tierra, sabios tiene la laica madre ciencia que nos lo sabrán explicar.

No es extraño que nuestros antepasados, del mismo modo que creían que el cielo estaba sobre las nubes, localizaran los infiernos en el centro de la tierra, decía el catecismo con aparente lógica. Lo que ya no es ni científico ni evangélico es seguir manteniendo que ése es el infierno de los condenados, aunque un día su fuego terráqueo pueda convertir nuestro planeta en las calderas de Pepe Botero. Ni tampoco Benedicto XVI afirmó, cuando hace tiempo habló de él, que era un lugar, como malévolamente recogió entonces algún diario de gran tirada. Ya había dicho Juan Pablo II que no era un lugar, sino una forma de estar.

Desde luego no hay cuatro infiernos en el centro de la tierra. Yo creo que hay muchos más, pero en el corazón de los humanos. Como escribió Jean Paul Sartre en su obra «A puerta cerrada»: el infierno son los otros… Dante lo simplifica en esa expresión aterradora que deja escrita a la entrada de su infierno: «Dejad fuera toda esperanza», es decir, el infierno de la desesperación… Y como estos hay muchos más.

ladillo: ¿Y si el fuego fuera amor?

Pero habría que ir un poco más lejos para describir el infierno teológicamente hablando. Y creo que nos da un poco de luz la explicación aducida por Benedicto XVI que hace del purgatorio Santa Catalina de Génova, una descripción que hizo volver sobre sus pasos y regresar al catolicismo al gran literato francés Julien Green.

Hablando del fuego del purgatorio dice muy atinadamente, como explicó el Papa, que no se trata de un fuego real, sino de un fuego de amor que abrasa. Es decir, que el alma, cuyo centro amoroso es Dios, a quien tiende de una forma u otra por una misteriosa fuerza de la gravitación divina (Dios es amor, no hay mejor definición), al no encontrar salida, aprisionada bajo sus graves imperfecciones o pecados, se consume, arde en ansias y se abrasa en sí, bajo el peso de sus faltas «eternamente» en el fuego infinito del divino amor. Hay que tener en cuenta que espacio y tiempo –lo temporal y local– son coordenadas en las que el terrícola se mueve, sirven sólo para el «más acá».

Pudiera ser una explicación ese nuevo fuego del amor de Dios no correspondido que abrasará como abrasa al enamorado al no sentirse correspondido por la persona amada. Y lo mismo que el cielo, según explicaba San Gregorio Magno en sus catequesis a los niños de los bárbaros, está en el corazón de quien vive en gracia, de la misma manera pudiéramos decir que el infierno también lo llevamos dentro de nosotros cuando hemos rechazado el amor de Dios. Tras la muerte Dios seguirá siendo «eternamente» nuestra fuerza de gravitación amorosa a la que irresistiblemente tenderá nuestro ser. Porque precisamente el examen final tratará de amor, sólo de amor. Aunque no hay que olvidar que nuestro examinador será también el Amor. Por eso está llena de amor y de esperanza la opinión del teólogo Urs von Baltasar, cuando afirma que, aunque existe un infierno, éste está poco menos que vacío.

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