Rebeca y Yocasta
El servidor de Abraham lleva la desdicha a la destinada para Isaac, la que, en el pozo de Najor, inclina su cántaro y da a beber al extranjero sediento. Soñadora, Rebeca desconoce que, en el horizonte, el sol de la mañana apagará su luz. Ya de espalda a los suyos, la ilusión camina de la mano del olvido.
En tierra de Negueb, Isaac sale al encuentro de la caravana. Ella el rostro cubre con el velo de la honestidad. Él al lecho de Sara le conduce; ahí, juntos yacen; ahí, Isaac encuentra consuelo de la madre perdida.
Procedente de Corinto, a Tebas llega el joven Edipo. Por la hermosura de Yocasta acepta el desafío de la Esfinge. Las manos manchadas de la sangre de Layo acarician apasionadamente a Yocasta. Ambos despiertan reconociéndose madre e hijo. Ambos han sido un juego del Destino.
Mancillada, Yocasta; decepcionada, Rebeca. Yocasta es amada como mujer; Rebeca, como madre. ¡Ay, soberana!, el despiadado Destino en páginas del misterio de los sueños ha dejado escrita tu vergüenza. ¡Afortunada Rebeca!, el Justo, en su infinita misericordia, ha extendido el velo del olvido.
Luarca, 25 de marzo de 2011.
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