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Carta abierta a don Rubén Franco

28 de Marzo del 2011 - Antonio Quintana (Llanes)

Don Rubén: Sorprende e indigna, a partes iguales, su misiva del 22 de marzo, en la que se jacta de «desmontar» un escrito mío aparecido en estas páginas el día 17 del mismo mes. Me acusa, entre otras cosas, de tergiversador y embustero, además de insinuar que abrigo alguna clase de fobia hacia la persona de don Bonifacio Lorenzo. Todo aquel que haya leído mi carta del jueves 17 puede constatar que esto es falso. En el texto de mi autoría no hay ninguna frase en contra de ese señor, y tampoco cuestiono su gestión al frente de la Filmoteca asturiana. Me limité a comentar que su presentación del ciclo no fue bien acogida por el público y a explicar sucintamente por qué. Pero como parece que no anda usted muy bien de comprensión lectora –como la mayoría de nuestros escolares, por desgracia–, me veo en la obligación de aclararle algunas cosas.

Ante todo, no me preocupan en absoluto sus manías cronométricas. Eso lo dejo para los sesudos estudiosos de los inextricables recovecos de la psique humana. Vayamos a lo importante, la presentación que hizo don Bonifacio. Ésta se prolongó durante media hora, diga usted lo que diga; fue, por tanto, dilatada en exceso; fue farragosa, porque don Bonifacio bombardeó al auditorio con una profusión de datos que sólo a dos o tres cinéfilos podrían interesar, y es casi seguro que éstos ya los conocían; fue tediosa para los asistentes –la mayoría gente corriente, no cinéfilos– por lo explicado anteriormente; y fue errática, porque el público esperaba, como mucho, una breve disertación sobre el filme y no una miniconferencia acerca de Hitch y sus supuestas neuras. Por no hablar de los comentarios de mal gusto referentes a la embriaguez de Montgomery Cliff y otras lindezas por el estilo. Sí, ya sé que eso es lo que se lleva ahora, incluso entre los críticos cinematográficos supuestamente serios. Pero no es éste mi estilo y, por tanto, nunca comulgaré con quienes no saben comentar un filme sin poner verde al realizador o a los actores por cuestiones que no vienen al caso. Presentar un ciclo dedicado a Hitchcock definiéndole, de entrada, como «un neurótico» se me antoja tan poco correcto como presentar uno centrado en Rock Hudson con la frase: «Vamos a proyectar una serie de películas protagonizadas por el m... de Rock Hudson». Es que se sale de cajón, vamos. ¿Qué necesidad hay de estar recordándonos, continuamente, la supuesta bisexualidad de Cary Grant o el alcoholismo de John Ford, Humphrey Bogart y Spencer Tracy? Tampoco es de recibo sacar a colación, cada dos por tres, el extremismo político de Sam Wood y Ward Bond, las aventuras de cama de Marilyn Monroe o las posibles tendencias sáficas de Marlene Dietrich. Pero esto es lo que se hace habitualmente, por desgracia. Es muy triste, para un cinéfilo como el que suscribe, comprobar que hasta la cinefilia se ve afectada por el gusto por lo escabroso, tan de moda hoy día en esta desnortada sociedad nuestra; no seré yo, pues, quien alabe a los que insistan en ver una atracción «sospechosa» entre los personajes de Heston y Boyd en el clásico de Wyler «Ben-Hur», por ejemplo.

Menciona usted las experiencias de don Bonifacio con el público que acude al Filarmónica. Mi pregunta es ésta: si don Bonifacio «ya conocía el paño», es decir, sabía la clase de auditorio que iba a encontrarse, ¿por qué ese empeño en largarles su rollo? Salvo raras excepciones, el grueso del público asistente a estas proyecciones está formado por simples aficionados al cine, además de numerosas personas que van a pasar el rato. Lo único que les interesa es ver la película, y no debe extrañarnos que se impacienten y hasta se molesten cuando, antes de la proyección, sale un señor, micrófono en ristre, a soltarles una soporífera alocución. Las cosas son como son, por mucho que se cabree usted, don Rubén. Insisto en que es muy triste, pero la realidad es que los cinéfilos somos una minoría. Y lo que no es de recibo es que una minoría trate de imponer sus criterios a los demás. A mí, personalmente, me agrada muchísimo asistir a una charla o coloquio sobre cine. Pero comprendo que la gente, en su mayor parte, pase olímpicamente de disertaciones cinéfilas. Por tanto, siendo las proyecciones en el Filarmónica de entrada libre hasta completar aforo, y siendo, asimismo, la mayoría de los asistentes profanos en esto de la cinefilia, entiendo que lo lógico es huir de erudiciones innecesarias a la hora de presentar ciclos de cine como el que nos ocupa. Debo insistir en lo que ya comentaba en mi carta anterior: si don Bonifacio deseaba explayarse ante un auditorio, lo ideal habría sido ofrecer una charla después de la película. O mejor aún, que hubiese ofrecido una conferencia sobre Hitchcock cualquier otro día. Puedo asegurarle que yo habría sido uno de los primeros asistentes.

Pasemos ahora a la parte más deleznable de su carta. Avergüenza leer su descripción del público que asiste a las sesiones del Filarmónica. Critica usted la falta de educación de esas personas, no dudando en afirmar que muchas de ellas, por el hecho de tener una edad avanzada, «no cumplen con los requisitos mínimos para acudir a un acto de este tipo». ¿Qué es que hay que cumplir unos «requisitos» para disfrutar del ciclo? ¿Quiénes establecen esos «requisitos», los «culturetas» como usted? ¿No quedamos en que la entrada era libre? Llama maleducados a los demás, pero se atreve a insinuar que algunas personas, por el simple hecho de ser viejas y jubiladas, ya están seniles. ¡Valiente muestra de educación la suya! Como viene siendo habitual en determinada clase de «críticos», suelta la insolencia, pero apresurándose a aclarar que no quiere que le malinterpreten. Y yo me pregunto: ¿cómo puede interpretarse su alusión a la senilidad, si no como lo que es, un insulto a los mayores que asistieron al acto del que hablamos? Puede que la mayoría de las personas de edad que estaban esa noche en el Filarmónica no fueran cinéfilos, ni miembros de ese «club de los exquisitos y excluyentes» al que parece pertenecer usted, don Rubén; pero eso no les incapacita para disfrutar plenamente de un buen filme clásico. Y puesto que la entrada era libre, tenían todo el derecho del mundo a estar allí. En cuanto a las actitudes ruidosas, le recuerdo que en la publicidad del ciclo se anunciaban exclusivamente proyecciones cinematográficas, no charlas a cargo de don Bonifacio u otras personas. Nueve de cada diez asistentes fueron a ver la película, no a soportar la verborrea de nadie. Es lógico que demostrasen, de algún modo, su impaciencia y fastidio porque no empezara, de una vez, la proyección. ¿Tan difícil le resulta comprenderlo y aceptarlo?

Por cierto, ¿quién demonios se cree usted que es para calificarme de «advenedizo»? ¿Acaso para asistir a las sesiones de «Los lunes del Filarmónica» hay que pedirle permiso a don Rubén Franco? Por lo visto, hay a quien se le sube el apellido a la cabeza. ¡Un poco de seriedad, hombre! ¡Que parece que sigue usted en los tiempos del caciquismo y el «señoriteo» de perra gorda!

Y ya, para concluir, quisiera que me aclarase cómo es que ha desmontado mi «ideológico escrito». Mi carta del día 17 no contiene ninguna referencia de tipo político, así que, ¿a qué viene esa sandez de lo «ideológico»? Usted oye campanas pero no sabe dónde. Mire, a mí me da igual quién o quiénes nombraran a don Bonifacio para el puesto. Como dije antes, en ningún momento he cuestionado la idoneidad de este señor para el cargo que ocupa. Lo único que hice fue expresar, a través de un medio de comunicación, mi opinión sobre su forma de presentar el ciclo cinematográfico «Hitchcock y el falso culpable» y describir fielmente el ambiente que se respiraba en el Filarmónica esa noche. Puesto que no está usted de acuerdo conmigo, tenía todo el derecho del mundo a replicarme. Pero con argumentos sólidos, no con majaderías. Como no ha sido así, sólo me queda despedirme de usted, deseándole más tino y más suerte la próxima vez que pretenda desautorizar a alguien.

The end.

Antonio Quintana

Llanes

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