Sarai y la casada seca
Pasión fingida y sentimiento de suciedad, bajo la misma manta Abimelec ara la vergüenza de Sarai. Infame, infinitamente infame Abram, el que le hace yacer con quien no le es lícito recibirla sobre piel de cabra. Vileza en Abram; en Abimelec, rey de Guerar, concupiscencia; longanimidad en Sarai.
Dos aposentos ha conocido Sarai, dos en los que no es Abram quien le esperaba; dos veces deshonrada. ¡Ay, Sarai!, honestidad de mujer y dos mercaderes. ¡Oh, Misericordioso!, Sarai se consume por la dicha que la matriz le ha negado.
A una luna, allí donde Da. Isabel escribió elogiables páginas de la cristiandad, Yerma, la casada seca, la que no es ahondada entre sábanas, todavía hoy, a casi cien giros elípticos, despierta compasión en quien su pena le alcanza.
Cruel, el olvido; indolente siempre, la ignorancia. Sufre Sarai, en silencio, el yermo de la matriz. Ondulado silencio es su soledad. ¡Oh, Gran Hacedor!, en el alma de tu criatura vergüenza, decepción y soledad.
Él, el que todo lo puede, hace justicia y a Sarai llama Sara, y hace reír y madre de Isaac; y a Abram, sin que a la mente finita le sea dado entender, da el nombre de padre de la
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