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El último nombramiernto de Santiago Martínez Cañedo

30 de Marzo del 2011 - Alberto Vizcaíno Fernández

El currículum de Santiago Martínez Cañedo, mi hermano mayor, es muy amplio, imposible de resumir. Por eso hago algo muy breve, a paso ligero, como el que camina sobre ascuas con los pies descalzos, para no quemarme del todo, con un exceso de confianza que espero que no me traicione.

No hago una glosa extensa porque a él, a Santi, no le habría gustado, porque es algo que se suele hacer con los que han desaparecido y él no lo ha hecho. No lo ha hecho ni para su familia ni para sus muchos amigos.

Yo, concretamente, lo encuentro varias veces al día, en las muchas piruetas de la política asturiana que merecerían el sarcasmo de un hombre de izquierdas, comprometido, como era él. Lo encuentro, por comparación, cada vez que me cruzo con un personaje de esos tan abundantes como superficiales…, de esos que navegan sin dejar estela, en contra de lo que él hizo toda su vida. Lo encuentro cada vez que enciendo un puro, lo que, a pesar de las ministras que últimamente se preocupan tanto de nuestra salud, sigo practicando cada día. Lo encuentro cada vez que abro mi teléfono móvil, de cuya agenda no lo he borrado –como no he borrado a mi padre– o releo un mensaje suyo del 6 de marzo de 2009, escrito al salir de su primera sesión de quimioterapia –Ni frío, ni nada, de momento. Un abrazo. Santi.– más preocupado de tranquilizar a sus amigos que de sí mismo. Lo encuentro, en fin, cada vez que necesito remansarme en una tarde aturdida y me chuto, directamente en vena, un par de cubalibres de ron (aunque últimamente he empezado a traicionarle con los gin-tonics –una consecuencia más de la edad– que sé que él me perdona).

Quizá por todo esto sea el menos indicado para glosar la figura de Santiago, porque me niego a pasar esa página, porque no me resigno a dejarle descansar en paz, a asumir que ha cumplido, con creces, su ciclo vital, dejando para tanta gente un recuerdo imborrable hasta el alzhéimer.

No quiero glosarle porque no le perdono que se haya convertido en la confirmación más clara de que el síntoma revelador del envejecimiento de uno no es la aparición de las arrugas o las canas o la proliferación de las pequeñas traiciones del organismo, sino la muerte de tus amigos. Como biólogo, además, no le perdono que sea la evidencia más palmaria de que la selección natural ha dejado de operar sobre la especie humana y permite que desaparezcan prematuramente los mejor dotados, los más fuertes.

Subtítulo: El marino moscón ya es a título póstumo Nostromo de la Universidad Itinerante de la Mar

Destacado: Santi, el perfecto contramaestre, un hombre completo, cabal, valiente, entusiasta, riguroso, alegre, honrado, orgulloso de sí mismo y de los suyos

Y ya que no voy a glosarle quiero agradeceros a todos los miembros y colaboradores de la Universidad Itinerante de la Mar su nombramiento como Nostromo de la UIM. Esto sí que le habría gustado a Santiago, en cualquiera de las acepciones que se atribuyen al término: la de nostramo, «nuestro amo», de resonancias conradianas, o la de raíces italianas nostro uomo, «nuestro hombre».

En cualquier caso, el de contramaestre, azote y defensa de la marinería, no es un concepto literario, blando y romántico, sino todo lo contrario; contiene toda la dureza que la mar ha exigido desde siempre a los hombres, la firmeza con la que, a bordo de los barcos clásicos, la figura del nostramo debía gobernar a la «vil canalla de proa», una categoría sin la que la historia de la navegación –y, por tanto, la de la Humanidad– no sería más que una anécdota y en la que algunos tratamos de militar desde que la mar nos inoculó la primera dosis de salitre en la sangre a bordo de un pesquero, un mercante o un barco de vela.

Con este nombramiento, la UIM ha hecho la mejor glosa de Santiago: el perfecto contramaestre, un hombre completo, cabal, valiente –en la vida y cuando tuvo que enfrentarse a la enfermedad y a la muerte–, entusiasta, con un entusiasmo contagioso, riguroso, alegre, honrado, orgulloso de sí mismo y de los suyos, orgulloso de ser marino, de ser asturiano y de ser de Grado.

Aunque parezca raro en estos días en los que leer la prensa es comparable a sumergirse hasta las cejas en una ciénaga, recientemente reencontraba una perla de la poetisa británica Christina Rossetti y que alguien ha descrito como el más conmovedor epitafio que se haya escrito nunca:

«Más quiero que me olvides y sonrías/ que no que me recuerdes y estés triste».

Estoy seguro de que Santiago lo suscribiría para todos los suyos: para Pepa, para sus hijos Santi y José, para toda su familia y sus amigos.

En nombre de todos ellos, arrogándome –una vez más– una representación que no me corresponde, agradezco a la UIM esta oportunidad, esta excusa para marcar la fecha de hoy en el calendario y empezar a recordarle sin que su recuerdo nos entristezca, y a sonreír sin olvidarle.

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