Ocho largas semanas en la uvi del Hospital Central
Llegué a envidiar a la gente que venía de visita al hospital y en el ascensor marcaba otros pisos, cualquier planta me parecía mejor que la quinta. Imaginaba cómo sería venir a conocer a un recién nacido o a un abuelo con una cadera nueva en lugar de tener a alguien querido en la uvi. Pero allí estábamos las mismas caras del día anterior, esperando la hora de visitas en aquel pasillo de sillas rojas donde las conversaciones triviales que se oían a veces los fines de semana podían llegar a parecer una falta de respeto según el código mudo del dolor más profundo.
Dicen los gitanos que en los partos la muerte pasa siempre por debajo de la cama. Yo creo que en la uvi la muerte está debajo de todas las camas, acechando. Pero mientras que la muerte es, lo queramos o no, parte ineludible de la condición humana, lo que quisiera agradecer y celebrar hoy es el trabajo de todos los profesionales que escogieron trabajar en la uvi del Hospital Central de Asturias y asegurarse así de que la vida sigue transcurriendo entre las camas. Héroes del día a día, enfermeras y enfermeros, médicos, auxiliares y celadores pasan la mayor parte de su tiempo cuidando de pacientes en coma, tratando con los peores diagnósticos y teniendo que dar muchas veces las peores noticias.
Si quiero personalizar y hablar del largo ingreso de mi hermana, tengo que mencionar la extraordinaria labor del doctor José Antonio Gonzalo Guerra y agradecerle infinitamente su profesionalidad y su ojo clínico, su compromiso con el caso tan difícil de mi hermana y su amabilidad para con nosotros al informarnos cada día. Agradecerle también al doctor Diego Parra Ruiz todo el apoyo médico y psicológico que le brindó a mi hermana en la última etapa, así como la dedicación y la constancia de todos los médicos que contribuyeron a su recuperación, tanto los del equipo de la uvi como los de otros servicios. De la larga, larguísima lista de enfermeras, enfermeros, celadores y auxiliares que atendieron a mi hermana sin darse siquiera la importancia de decirnos su nombre, mencionar aquí los de aquéllos que llegamos a conocer: el cariño de Imelda, la entrega diaria de Esther, la alegría contagiosa de Montse, la familiaridad de Ana, la suavidad de Verónica, la complicidad de Raúl, la ternura de María Jesús, la bondad de Javi, el celador, y la sensibilidad de Javi, el enfermero; la espiritualidad de Carmen. Voces más cínicas dirán que sólo estaban haciendo su trabajo, pero todos sabemos que hay trabajos y trabajos, y, sobre todo, muchas formas de trabajar, pero no tantas de hacer un gran trabajo.
Después de haber pasado tanto tiempo esperando en el pasillo de la quinta planta del HUCA, no puedo olvidarme de las familias que aún siguen esperando allí dos veces al día para visitar a sus seres queridos, y, sobre todo, de las dos familias que perdieron sus últimas esperanzas mientras mi hermana estaba ingresada. Sólo espero que les quede el consuelo de saber que se hizo todo lo posible, que incluso en el peor de los casos tenemos la gran suerte de vivir en un país donde hay Seguridad Social, y es pública en lugar de ser un privilegio de ricos. Un país donde hay gente que vela el sueño de nuestros enfermos para que nosotros podamos conciliar el nuestro.
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