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El río que acompañó mi vida

29 de Marzo del 2011 - Isabel Fernández Bernaldo de Quirós (Madrid)

El río que acompañó mi vida, fue, y lo será siempre, el río Caudal de Mieres, porque él ha sido protagonista importante del montañoso y verde paisaje que me vio crecer y evolucionar con él.

Río denso y negro el que mis ojos veían, y hasta admiraban, cuando de niña me acercaba hasta sus lindes, pues creía entonces que el espersor y la tenebrosidad de sus aguas, tan diferentes a las de los demás ríos, eran debidas a una transformación mágica que ocurría a pocos kilómetros aguas arriba, por obra y gracia de algún hechicero que yo había incorporado en el mismo saco de los sueños en el que también habitaban les Xanes, las hermosas hadas de las fuentes, o personajes tan malignos como Camuñes.

Pero cuando el uso de razón comenzó a crecer conmigo, las enseñanzas convirtieron la magia y la fantasía infantil en la más cruel de las realidades, la de la existencia de una altísima conminación en sus aguas producidas por los vertidos de los desechos urbanos y de los lavaderos de carbón. El río de mi juventud, muerto y enlutado, dejaba a su paso por Mieres los ecos del llanto y los clamores de todos los que deseábamos un río resucitado.

La estación depuradora de Baíña y la mejora progresiva de la tecnología del lavado del carbón consiguieron, por fin, que los ojos de mi madurez pudieran recrearse en sus aguas cristalinas y en la fauna piscícola por ellas acogida.

Hoy, las aves ribereñas, los árboles que adornan y dan sombra a los paseantes de la senda fluvial creada, los pescadores que practican la pesca sin muerte, conforman el nuevo paisaje del río Caudal, un hermoso regalo para todos los soñadores de una realidad deseada.

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