Eutanasia encubierta
En junio de 2010 me dice el médico de familia que me notificarán, desde el Hospital San Agustín de Avilés, fecha para hacerme unas pruebas.
En el mismo mes y año recibo carta (aviso) del citado hospital citándome para el 7 de febrero de 2011, a las 13.00 horas, con el fin de hacerme una ecografía de mama ¡ocho meses! después. Si la enfermedad hubiese degenerado, ¿para qué hubiera necesitado ecorremedio? ¡insólito!
Hace 28 años padecí cáncer, y como consecuencia de él me extirparon el riñón derecho, esfínteres, etcétera, y gracias a Dios puedo estar contándolo.
Mi mujer, enferma crónica de osteoporosis generalizada desde hace 30 años, ha estado recibiendo un tratamiento diario durante dos años inyectándose en el vientre (no sé qué compuesto farmacéutico al parecer muy novedoso) y haciéndose pruebas analíticas regularmente para su control (debido como digo a lo vanguardista del tratamiento). Al finalizar el tratamiento en noviembre de 2010 le citan en Reumatología para enero de 2011 (esta vez el plazo era razonable), pero cuál es su sorpresa cuando le convocan para revisión el 24 de marzo de 2011, pero... el tratamiento no requería de un control exhaustivo (casi semanal en algunas fases) y ahora que ya no se inyecta, ¿pasan 3 meses?
Todo esto hace que venga a mi memoria un diálogo entre un joven y un anciano; le decía el adolescente al viejo con sorna y «juventud»:
-Ya le quedan pocas, señor Piticlán.
A lo que el hombre respondía:
-Ya llegarás, hijo, ya llegarás, a lo que entre dientes añadía... «Dios quiera que no».
No tengo intención de contar penas, ni de hacer llorar a nadie; no puedo quejarme de la vida que he tenido, ni de la que tengo, pero sí me gustaría decirle a estos «jetas»... ya llegaréis, ya... «Dios....», etcétera.
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