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Padecer, ¿una actitud aceptable o detestable?

13 de Abril del 2011 - Pedro Bengoechea Garín

Subtítulo:Reflexión ante la Semana Santa que se aproxima

La reflexión sobre el dolor es más propicia en estas fechas en las que nos aproximamos a la conmemoración de la pasión y muerte del Dios de los cristianos. Sin este referente, me atrevo incluso asegurar, ni tan siquiera podría haber una explicación adecuada del supuesto valor del sufrimiento en el hombre. El dolor es el compañero imprescindible en nuestro camino del que intentamos alejarnos, nos produce rechazo, incluso temor, porque sufrir es un estado, sensación, sentimiento, que se experimenta como algo contrario a nuestra propia naturaleza y, por ende, detestable. No ha surgido por generación espontánea, tiene su origen en nuestra condición humana herida por el mal, por el pecado, según la visión cristiana. Y, sin embargo, siendo una realidad así, más allá de ser soportado es incluso aceptado como medio de obtener ulteriores objetivos, tanto en el plano humano como en el sobrenatural.

Resulta indescriptible cuando el padecimiento se convierte en una prueba de amor. Nadie ama más que el que da su vida por los demás, particularmente cuando esa vida está transida por la espada del dolor, convirtiéndose así en suprema manifestación del amor. El valor instrumental del dolor puede ser inmenso, inenarrable. Cobra sentido cualquier situación en que podemos hallarnos, por más dolorosa que ésta sea, cuando existe una referencia clara a Cristo, «Varón de dolores». Su pasión y muerte es sacrificio, pero un sacrificio existencial: el «morir-por» ha tenido como antecedente el «vivir-por», la existencia a favor de, como señala Bonhoeffer. Parafraseando a otro autor: «Su voluntad de solidaridad con los marginados, los desposeídos y los fuera de la ley le hizo llevarlo a la marginación y la desposesión extremas, al ajusticiamiento por la ley».

Pero no todo termina en su dolor y muerte, éstos conducen a la resurrección. La secuencia vida-muerte-resurrección genera salvación. He ahí la victoria sobre el dolor, no teniendo éste más significado que el de ser medio, instrumento, para terminar en la alegría y gozo a los que todos aspiramos y nos dirigimos. De ahí que sólo el dolor y la cruz no son la salvación sino la perdición. «Ad lucem per crucem» «A la alegría a través del sufrimiento». Muchos pueblos dolientes, personas con el grito del dolor diario de sus innumerables necesidades sintonizan intuitivamente con la pasión del Salvador porque se reconocen en Él. Hay que convencerse de que nuestra vida, al igual que la de Jesús, es derrota y victoria, que no ignora el dolor ni pasa de largo ante él, sino que lo asume, lo sufre, y de este modo, lo vence. La pregunta que encabeza este escrito ha sido suficientemente respondida: el sufrimiento, desde los supuestos explicados, tiene que ser una realidad aceptable y aceptada más que irremediablemente detestada y evitada.

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