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¿Rezar por «el dictador»?

20 de Abril del 2011 - Julio García García (Oviedo)

En esta sección se publicó un escrito del señor Sabino Álvarez en el que, entre otras cosas, manifiesta la sorpresa que, en su opinión, hubiese experimentado el fallecido sacerdote don Nicolás Felgueroso si se hubiese enterado de que otro sacerdote rezase por el «dictador Franco».

A mi juicio, cuanto se dice en ese escrito falta, al menos, a la caridad cristiana y a la verdad histórica.

Cuando una persona fallece, las oraciones ya no se hacen por un jefe de Estado, un ministro, un general, un ingeniero o cualquier otro profesional, sino por una persona con nombre y apellidos, pues ante Dios no comparecen cargos u oficios, sino almas que serán juzgadas por sus actos, realizados a través de su vida temporal.

Los sacerdotes están obligados a decir misas y oraciones por las personas fallecidas cuyos familiares o amigos lo soliciten y no preguntan si vivieron y murieron como católicos, si fueron fieles o enemigos de la Iglesia.

Francisco Franco Bahamonde fue un católico practicante y fervoroso que vivió y murió en el seno de la Iglesia católica, a la que sirvió desde todos sus cargos, según público reconocimiento de la jerarquía eclesiástica.

¿Qué sacerdote digno de tal condición puede negar oraciones o misas por su alma?

Renuncio a exponer aquí, ni siquiera resumidamente, los servicios que como jefe del Estado prestó Francisco Franco a la Iglesia, no solamente por razones de espacio, sino porque ignorarlos supone un desconocimiento de nuestra reciente historia.

Francisco Franco no se sirvió de la Iglesia, como malévolamente suele afirmarse, sino que sirvió a la Iglesia, por exigencias y coherencia con su fe.

Respecto a Nicolás Felgueroso, a quien conocí en su juventud, antes de irse al Seminario, solamente voy a decir una cosa: si las fuerzas nacionales, mandadas por Franco, no hubiesen vencido a las del Frente Popular, Nicolás Felgueroso no hubiese sido nunca sacerdote.

Y quiero decir algo personal: en un día de difuntos, en el cementerio de La Felguera, pasé ante una sepultura que no tenía cruz. Era la de Belarmino Tomás. Me paré y recé una oración por su alma. No lo hice por un dirigente marxista, enemigo ideológico y perseguidor de la Iglesia, sino por una persona a quien yo había conocido y oído cuando desde el Ayuntamiento de Sama anunciaba el fracaso de la revolución de octubre de 1937, cuando las tropas nacionales avanzaban por Asturias.

En el escrito del señor Álvarez se falta a la verdad histórica, supongo que por ignorarla:

No es cierto que la persecución religiosa fuese obra de un sector minoritario, sino que, por el contrario, fue realizada por las fuerzas del Gobierno del Frente Popular, respondiendo a una razón de tipo ideológico, pues en las tesis marxistas se considera que la religión es la superestructura de la infraestructura económica capitalista, al servicio de la cual está y es el opio del pueblo, por lo que debe ser exterminada, como principal enemigo de la clase trabajadora y el mayor obstáculo para alcanzar la sociedad socialista o comunista, meta paradisíaca de las teorías marxistas, previa la fase de la dictadura del proletariado. Así se hizo en Rusia, en China, etcétera.

Este odio ideológico se manifestó en la Revolución de Octubre de 1934; en sus quince días de duración fueron asesinados 33 sacerdotes y religiosos. Y de un modo sistemático, durante la guerra civil, en cuya zona roja se asesinaron 13 obispos y unos 7.000 entre sacerdotes y religiosos (entre éstos 283 monjas).

Es, igualmente, incierto que en la zona roja los asesinatos fuesen obra de unos incontrolados y en la nacional con carta blanca. Es, exactamente, al revés. Solamente unos datos: en Madrid funcionaron 196 checas. Todos los partidos del Frente Popular tenían sus checas particulares, en las que se disponía, sin ninguna garantía, de vidas y haciendas de las personas no adictas al Frente Popular. Y, por citar solamente un caso grave: en los pueblos de Paracuellos del Jarama y Torrejón de Ardoz fueron asesinados, sacados de las cárceles, más de 5.000 personas, entre ellas ancianos militares, mujeres, monjas y algunos menores de edad.

Tampoco es cierto que el alzamiento nacional lo fuese contra un Gobierno legítimo salido de las urnas. Hoy saben quienes están debidamente documentados que el Gobierno del Frente Popular fue ilegítimo en su origen, pues de modo fraudulento obtuvo más de 50 actas de diputado, que le dieron la mayoría absoluta, y también fue ilegítimo en el ejercicio del poder, pues a partir del 19 de febrero en que Alcalá Zamora entregó el poder al Frente Popular, desapareció el Estado de derecho e imperó la arbitrariedad, el desorden y el dominio absoluto de la calle por los partidos marxistas y las fuerzas anarco-sindicalistas.

Lo que se dice en el escrito sobre el Santo Padre Pío XII, es absurdo y, además, una grave falta de respeto a unos de los grandes papas de la Iglesia.

Respecto al sacerdote que dice plantó cara a la dictadura en defensa de los «débiles», ¿no será más exacto decir que a quien defendió fue a los grupos marxistas o compañeros de viaje que conspiraban contra el régimen?

Si el señor Álvarez, como quiero pensar, actúa de buena fe y quiere conocer la verdad histórica, actualmente tergiversada, le aconsejaría leyese las siguientes obras: «Historia de la segunda república», de Joaquín Arrarás; «Historia de la persecución religiosa en España, 1936-1939», del actualmente arzobispo emérito don Antonio Montero Moreno; «Las checas de Madrid», de César Vidal; las obras de Pío Moa sobre la segunda república y la guerra civil.

Si las lee usted, creo que se dará cuenta de los errores en que vive. Y aunque discrepo ideológicamente de usted, personalmente le deseo lo mejor.

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