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La energía nuclear, en el ojo del huracán

13 de Abril del 2011 - María Jesús Blanco Acebal

Después del desastre meteorológico de Japón, que tan de cerca afectó a una de las centrales nucleares, Fukushima I, y que obligó a parar 11 de los 51 reactores que existen actualmente en ese país donde la energía nuclear representa un 30% del consumo total, no sólo el periodismo antinuclear tendencioso, tan abundante en nuestros días, sino los informes y comunicados oficiales u oficiosos, dejan patente una falta de conocimientos elementales sobre la energía nuclear, imprescindibles para poder informar con objetividad y veracidad. Es demasiado frecuente en nuestros días que la persona encargada de informar sobre cualquier acontecimiento, sobre todo en lo que se refiere a los aspectos científicos, cometa errores de bulto que sonrojarían a un estudiante de Bachillerato (de los de antes de la LOGSE, se entiende). Pues bien, lo que sucedió en Japón fue que sufrió un terremoto cinco veces más potente que el peor terremoto para el que la central nuclear citada fue construida (la escala Richter es logarítmica; la diferencia entre el 8,2 para el que fue diseñada la central, y el 8,9 que sucedió, es cinco veces, no 0,7). Cuando el terremoto golpeó con 8,9, la reacción nuclear en cadena del uranio se detuvo. Pero el terremoto destruyó el suministro externo de energía al reactor, y se necesita energía para que sigan funcionando las bombas y con ellas el sistema de refrigeración. A pesar de eso, la central resistió durante una hora, pero llegó el tsunami, mucho mayor de lo que los constructores del reactor habían esperado (estaban preparados para olas de 6 m pero no de 12) y se llevó por delante todos los sistemas de emergencia que habían sido activados. Fue necesario refrigerar los reactores 1, 2 y 3 de Fukushima Daiichi con agua del mar. Sus núcleos parece que están dañados, pero continúan estables. La mayor preocupación ahora está en las piscinas de refrigeración para el combustible usado de los reactores 3 y 4. Allí es donde los bomberos han lanzado agua, y parece que la medida ha sido efectiva ya que los niveles de radiación han ido descendiendo lentamente. Después de varios intentos se logró la conexión del nuevo tendido eléctrico a las bombas, que fueron enfriando los reactores. En cuanto a los reactores 5 y 6, que estaban en parada por recarga y en los que fue detectada una elevación de temperatura, no tienen combustible en el núcleo, aunque sí en sus respectivas piscinas. La situación allí no parece tan preocupante y se contempla la posibilidad de que, cuando todo esto termine, puedan incluso volver a funcionar. También se liberó algo de radiación cuando se ventiló la vasija de presión. Todos los isótopos radiactivos del vapor activado han sido eliminados (desintegrados). Se han detectado asimismo algunas partículas de isótopos radiactivos como cesio y Iodo mezcladas con el vapor procedente, no de la fusión del uranio –que nunca se produjo–, sino del primer recubrimiento exterior. Asimismo, el agua del mar usada como refrigerante tendrá que ser también liberada de radiactividad, ya que estará activada en cierto grado. El nivel de catástrofe nuclear fue elevado, de 4 (en la escala Internacional de Eventos Nucleares INES), a 5. El nivel 5, equivale a «Accidente con consecuencias de mayor alcance», frente al 4 «Accidente con consecuencias de alcance local». Lo que ocurrió en Fukushima I iguala el accidente que tuvo lugar en la central atómica Three Mile Island, en Harrisburg (Pennsylvania, EE UU) en 1979.

Lo verdaderamente incomprensible es que en algunos medios se hable mucho más de lo nefasto de la energía nuclear y los enormes daños que puede producir, haciendo caso omiso de las opiniones de los expertos que en una gran mayoría están emitiendo un mensaje de prudencia y serenidad, que de las enormes pérdidas humanas y materiales de consecuencias irreparables, dando mayor credibilidad a lo que cuentan aquellos colectivos de sobra conocidos por su discurso catastrofista cuando de energía nuclear se trata, que aprovechan el desastre meteorológico (que no nuclear, donde se está actuando impecablemente y donde ha quedado demostrado el nivel de los ingenieros que diseñaron y ejecutaron la central), para lanzar opiniones que se descalifican por sí mismas. No debemos olvidar tampoco las consecuencias que, desde el punto de vista económico, sufrirá un país cuyos ciudadanos nos están dando lecciones de sentido común y serenidad. En el supuesto de que todo quede aquí y no haya más desgracias que lamentar, a Japón se le presenta un problema añadido. Los 11 reactores nucleares que fueron desconectados en varias centrales tendrán que ser inspeccionados, reduciendo directamente la capacidad de generación nuclear de energía un 20%, en un país donde más de la cuarta parte de la capacidad generadora es de origen nuclear. Probablemente se puedan cubrir las pérdidas con centrales de gas, que se suelen usar solamente para cargas pico, y que ahora tendrán que cubrir también las necesidades de carga base. No conozco en profundidad la cadena de suministro japonesa de petróleo, gas y carbón, ni los daños en los puertos, refinerías, redes de almacenamiento y transporte, así como los daños en la red nacional de distribución. Todo eso incrementará ostensiblemente la factura de la luz, y provocará cortes de energía durante la demanda en horas punta y las tareas de reconstrucción. A esto habrá que añadir los enormes costes derivados de la situación de emergencia como refugios, agua potable, alimentación, cuidados médicos, infraestructura de transportes y comunicaciones, además del suministro eléctrico. Aun así, el impacto económico de la paralización de las plantas nucleares en Japón es importante, pero no catastrófico. El impacto humano del desastre sí lo es. Muchos analistas cifran la reconstrucción de Japón en 180.000 millones de dólares pero, a pesar de ser el país más endeudado del mundo, sus reservas superan el billón de dólares y tiene los recursos para financiar su reconstrucción y la capacidad organizativa para hacerlo, aunque necesitará importar materias primas. Para entender la cultura japonesa, todos deberíamos leer «El crisantemo y la espada» que el general MacArthur encargó a la antropóloga Ruth Fulton Benedict antes de la invasión de Japón. Baste mencionar que, mientras los analistas occidentales evalúan cómo hará Japón para reemplazar la pérdida de generación eléctrica por la paralización de las plantas nucleares, los japoneses apagan las luces y estudian sosegadamente cómo van a vivir con menos electricidad. El sacrificado pueblo japonés ha demostrado en el pasado su capacidad para reaccionar frente a las adversidades. Estoy segura de que volverá a hacerlo.

En Europa la energía nuclear tiene detractores y partidarios. La izquierda es generalmente antinuclear y la derecha pronuclear, salvo excepciones. La diferencia es que cuando se palpa la realidad y se tienen que tomar decisiones que afectan a un país donde la dependencia energética del exterior es del 80% (pongamos, por ejemplo, España), la ideología tiene que quedar en el corazón y se deben tomar las decisiones con la cabeza, que son las que suelen salir bien. No fue lo que hizo nuestro presidente, que en el año 2009, decidió, desoyendo la voz de los expertos, cerrar Santa María de Garoña en 2013. Todo indica que ahora se lo está replanteando ante los precios de la energía y la inestabilidad de algunos países de donde importamos, sobre todo, gas y petróleo. Desprenderse de una fuente tan limpia (sin emisiones de gases de efecto invernadero), segura y barata como es la nuclear (siempre que supere todos los tests de seguridad que establezcan los expertos del Consejo de Seguridad Nuclear), que representa el 20% de nuestro consumo eléctrico, es una verdadera irresponsabilidad. Es muy poco probable que en España se dé un terremoto seguido de un tsunami como el de Japón. No utilicemos este argumento para cargar contra las nucleares. En estos tiempos de transición energética en los que no es posible cambiar radicalmente el modelo tradicional basado en las energías fósiles por un nuevo modelo basado en otras energías alternativas como pueden ser las renovables y el hidrógeno, lo más sensato y realista es apostar por un «mix» energético en el que quepan el carbón, que es nuestro único recurso –siempre buscando tecnologías limpias que disminuyan la emisión de gases contaminantes–, el gas en centrales de ciclo combinado –que aunque no es un recurso autóctono, disminuye en gran medida las emisiones y tiene una combustión mucho más eficiente– y la energía nuclear, con todos y cada uno de los controles necesarios para la seguridad de las personas y el medio ambiente. Asimismo es necesaria una apuesta decidida por las energías renovables, cuyo desarrollo es imparable pero que exige fuertes inversiones, que no es lo mismo que conceder subvenciones y primas sin ningún control, como ha ocurrido estos últimos años, utilizando mal unos recursos que son de todos. Los partidos políticos, sean de izquierdas o de derechas, cuando gobiernan, son responsables de la buena gestión de la energía, que debe ser asequible, para poder proveer los servicios energéticos a un precio razonable; disponible, de modo que garantice un suministro seguro, fiable y de calidad, y aceptable para la sociedad, no dañando, en particular, el medio ambiente. Confiemos en que nuestros políticos, presentes y futuros, se tomen en serio la energía, uno de los motores (quizás el más importante) del desarrollo y la prosperidad de un país.

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