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El oro de la Iglesia

17 de Abril del 2011 - Ramón Alonso Nieda (Arriondas)

Este tema había quedado apalabrado al publicar Les perres de los curas (LA NUEVA ESPAÑA, 22.03.11), en diálogo con D. José Luis Martínez. Digo diálogo, porque no me mueve ningún ánimo polémico con este sacerdote al que no conozco, pero del que he oído hablar siempre en términos muy elogiosos.

-Hay todavía demasiado ruido de oro y de plata en torno del altar, había escrito D. José Luis. Aparte del tintineo del cáliz con la patena (que de oro y plata apenas si tendrán un ligero baño), ese ruido es el eco de la historia, cuando el oro y la plata circulaban a torrentes, y con el consiguiente estruendo, por las manos de la Iglesia. La institución eclesiástica asumía entonces funciones que hoy son propias del Estado (educación, sanidad, asistencia pública). Para desarrollar esas funciones, ayer como hoy, eran necesarios medios y poder. La Iglesia usó y abusó de ellos como cualquier institución humana (por ejemplo, enriqueciendo a los obispos y a los monasterios). En contrapartida, las catedrales fueron auténticos palacios del pueblo y Palestrina, Bach y Haendel componían para la liturgia del día (católica o reformada) las piezas que hoy son repertorio de conciertos. Durante siglos, en aquella Europa cristiana, bajo el patronazgo de la Iglesia, se hizo para el pueblo la mejor arquitectura, la mejor pintura, la música mejor. ¿Se puede decir otro tanto de esta Europa secular y laica? Ahí tienes al Niemeyer con Woody Allen tocando el clarinete y un Víctor Manuel muy puesto en voz, dirán. Lo siento, pero me quedo con Bach y Haendel (Por lo visto, no tengo remedio).

Siendo la Iglesia la mitad del Estado, el Estado moderno sólo podía crecer en detrimento de la Iglesia; en conflicto inevitable y, demasiadas veces, en persecución sangrienta y destructiva. La Desamortización en España fue un desastre; las tierras se repartieron entre cuatro terratenientes mientras los edificios, con bibliotecas y archivos, se abandonaron a la ruina. Algunos de los más notables, que habían sido centros de cultura u hospitales para peregrinos, fueron recuperados como paradores de turismo de un dudoso lujo. ¿Avance social? Para avance el que trajo la Segunda República, cuando las fuerzas de progreso decretaron la incompatibilidad de la Iglesia con la justicia social y, en consecuencia, pusieron en marcha un programa integral de aniquilación: matar al personal, derribar las iglesias, quemar los archivos, fundir las campanas, requisar los cálices. (El peneuvista Irujo, ministro de justicia con Negrín, volvería a autorizar la propiedad y uso de los vasos sagrados; a buenas horas mangas verdes). Lo que quedaba del oro de la Iglesia salía de España en el 39, en el yate Vita, rumbo a Méjico para alimentar el ERE de los jefes del PSOE en el exilio. El oro de la Iglesia se transformaba por fin en pan para los pobres (para los burgueses proletarios, matizaría un cáustico Arboleya). Hasta los progres más ateos habrán de reconocer que, al menos en este caso, Dios escribió derecho con renglones muy torcidos.

¿Habrá que lamentar que se salvaran del expolio algunas joyas, como la custodia de Toledo o la corona de la Santina? Se diría que una parte del clero tiene muy interiorizada la mala conciencia que Pascal Bruckner considera definitoria del Occidente moderno: -Todo el mundo nos odia y nos lo hemos ganado a pulso. Al observar cómo una minoría atiza ese sentimiento de culpabilidad como una especie de fuego sagrado, se pregunta Bruckner si ese arrepentimiento cultivado no es la cara visible de la capitulación. En efecto, por lo que hace al tema, cómo no sospechar que la denuncia monocorde de los abusos pretéritos de la Iglesia no esté sirviendo de alibi y coartada a los muy actuales que el Estado y los partidos perpetran hoy ante nuestras narices.

No veo qué se podría objetar al celebrante al que la llamada mística de la hermana pobreza empujara a sustituir el cáliz por un vaso de duralex (aunque podría ser una amarga ironía que se les retire el cáliz a los fieles ahora que, en algunas ceremonias, se les da la comunión también del vino; copas todo el mundo tiene en casa). Tampoco veo qué se puede reprochar a los sacerdotes que celebran sus misas sin complejos con lo que queda de lo que la fe y la tradición pusieron en sus manos. Todo está dicho sobre el tema en los cuatro Evangelios, cuando aquella mujer enamorada derramó un perfume de lujo sobre los pies de Jesús. Jesús se dejaba, mientras los discípulos más progresistas protestaban que a santo de qué aquel derroche; que se podía haber vendido el perfume para repartir el importe entre los pobres. Es falaz el pensamiento de que los derroches del amor se hacen a costa de los pobres (pero eso nos daría para un par de cartas más).

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