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El hombre que aplicaba la medicina del alma

13 de Abril del 2011 - Javier Gómez Cuesta

La cuenca minera de Aller fue la gran reserva vocacional de Asturias. En ella germinaron muchas vocaciones religiosas y sacerdotales. De las religiosas predominaron las de la orden de Santo Domingo, dominicas y dominicos. El mismo tronco tuvo y sigue teniendo mucha variedad de carismas en sus ramas. Otras instituciones religiosas, como la de los Sagrados Corazones, encontraron seguidores. Grandes misioneros en América del Sur y en países orientales, como Filipinas y Taiwán, salieron de esas tierras donde la naturaleza es agreste y dura y la mina de carbón profunda y arriesgada. Unas veces podría deberse al intentar buscar una buena educación e instrucción para los hijos, frecuentemente de familias numerosas, dejando en segundo plano la posibilidad de que surja y brote la vocación, pero otras, las más, era el humus religioso de las familias alleranas que, motivadas por su fe profunda, despertaban en sus hijos la vocación, que estimaban como un regalo de Dios.

En Boo, pueblo cercano a Cabañaquinta, nació Alfredo Cortina el 3 de mayo de 1923. Los sucesos del 34 y la Guerra Civil marcaron su niñez. Al finalizar ésta, ingresa en el Seminario, en las distintas etapas de Covadonga, Donlebún, Valdediós y, por fin, Oviedo, recibiendo la ordenación sacerdotal el 11 de junio de 1950. Sus condiscípulos le recuerdan participando en las veladas culturales y de entretenimiento, donde él era asiduo participante. Sus primeros cinco años presbiterales estuvieron repartidos por los concejos de Narcea y Luarca, en Cibea y Muñás. El tiempo restante hasta su jubilación lo repartiría ente Ujo, donde fue coadjutor de su tío don Donato, sacerdote benemérito en aquella parroquia; Collanzo, en el alto Aller, feligresía con gente inquieta y muy participativa; y la estancia más larga, la de capellán de la Residencia Sanitaria de San Agustín de Avilés, con la que finalizó su trabajo pastoral, retirándose a la Casa Sacerdotal de Oviedo. Don Alfredo tenía como costumbre administrar cuanto primero el sacramento de la unción de los enfermos porque, decía, lo mismo que necesitan la medicina del cuerpo, también necesitan la del alma, que no es raro que obtenga frutos sorprendentes. Y contaba sus anécdotas sobre las maravillas acontecidas, sin duda muy adornadas por él. Fue una persona comunicativa, con facilidad para entablar relaciones y amistades. Sus ideas y convicciones, muy tradicionales y de su primer tiempo, que es en el que se suele acuñar la mentalidad, las defendía con vigor y rotundidad. Conocedor y entusiasmado con la obra de Teresa de Calcuta, ofreció, desde el inicio, su colaboración. A los 88 años se llega, las más de las veces, con achaques y carencias. Así le sucedió a don Alfredo. Perdió su facultad más singular, la de comunicarse, la de hablar y la de la movilidad. Con la paz de haber hecho el bien que le fue posible, se fue con la esperanza de encontrarse con el Señor, al que amó y siguió.

Subtítulo: En la muerte de Alfredo Cortina Álvarez, capellán jubilado del Hospital de San Agustín de Avilés

Javier Gómez Cuesta

Párroco de San Pedro de Gijón

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