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Japón, ejemplo y lección para el mundo

13 de Abril del 2011 - Constantino Díaz Fernández (Oviedo)

A través de los distintos medios de comunicación, nacionales e internacionales, así como por los comentarios de algunos testigos directos, he tenido la ocasión de seguir los recientes acontecimientos que se vienen desarrollando en Japón, y que siguen y permanecerán presentes por largo tiempo, a partir de la devastación provocada por el terremoto y siguiente tsunami originado en la región de Tohuku, en la costa del Pacífico, el pasado 11 de marzo de 2011. Fue el terremoto más potente sufrido en Japón hasta la fecha, que, en poco más de dos minutos, llevó la muerte, el desastre y la desesperación, de forma directa, a muchos miles de personas, la conmoción y consternación a toda la nación, y la perplejidad a todo el planeta.

A las consecuencias más directas y cuantificables, en términos de vidas humanas y haciendas, se unirán otras más difícilmente evaluables, que, sin duda, se derivarán de los incontrolables escapes radiactivos procedentes del accidente nuclear del complejo de Fukushima. Todo un panorama desolador del que se tardará mucho tiempo en recuperarse, y más aún de olvidarse.

Un pueblo milenario como el japonés, acostumbrado a sufrir muchos desastres naturales, que superó con sacrificios, lágrimas, sudor y sangre la mayor y más dura prueba de su historia, como fueron los bombardeos atómicos lanzados el 6 y 9 de agosto de 1945 sobre Hiroshima y Nagasaki, ordenados por el entonces presidente de los Estados Unidos de América, Harry Truman, con un balance de más de 220.000 víctimas y una inmensa zona arrasada, y que, humillando a Japón, pusieron el punto final a la Segunda Guerra Mundial, hasta el extremo de situarse en un corto período de años entre las tres potencias económicas más importantes del mundo, no cabe la menor duda de que sabrá afrontar esta tragedia, sobreponiéndose a todas las dificultades, y conseguirá volver a la normalidad, recuperando su ritmo, para continuar ocupando el lugar de privilegio que, por méritos propios, tiene merecido.

Lo más destacable, la mayor grandeza de esta nación, reside en la forma de conducirse y de afrontar sus problemas. La disciplina y el respeto con que acatan las normas establecidas; su alto concepto del honor, la lealtad y la responsabilidad; la solidaridad con sus semejantes; el orgullo de pertenencia a un grupo y a una raza; la entereza con la que hace frente a las dificultades y su capacidad para superarlas son los más claros exponentes de este pueblo y los valores que lo diferencian de los demás.

La ausencia de actos vandálicos, tan comunes, por desgracia, en otros países, que siguen a este tipo de catástrofes, donde los más desaprensivos aprovechan el desorden para cometer todo tipo de desmanes; la mesura y el orden con la que los ciudadanos han respondido a las consignas de las autoridades en la moderación del consumo de bienes y servicios para evitar desabastecimientos y duras restricciones; la no repercusión en los mercados, ni en un solo yen, en los artículos de primera necesidad, impensable en cualquier otra parte de la Tierra donde se especula sin rubor con todo lo posible, desgracias incluidas, dan fe inequívoca de lo anteriormente afirmado y es una lección ejemplar de calidad humana para todo el mundo.

Desde mi admiración al pueblo japonés, mi más profundo deseo de un pronto restablecimiento de la normalidad, así como la superación de los daños causados por este triste, lamentable y desolador fenómeno natural.

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