Murió con las botas puestas
Como el más valiente de los vaqueros del Oeste, pero sin hacer el menor ruido, cabalgó hasta el final buscando un justo porvenir para cientos de personas. Misión, que en esencia ya es admirable, por una entrega sin límites, sin excepciones, misión santa si además, esa lucha, desde una profunda vocación, tiene nombres y apellidos, vidas llenas de sufrimiento por tratarse de los más desfavorecidos, miradas a menudo tristes, pero que se llenaban de luz cuando "Urrutia" se acercaba a compartir su campechana sonrisa con nosotros, en medio del trabajo diario.
En un mundo en el que impera el egoísmo, en el que vivimos a gran velocidad, donde los valores humanos pasan desapercibidos al lado de las victorias mundanas, conmueve encontrar gente como él, yo me siento afortunada por ello y por ello escribo estas letras. Con 75 años, seguía escogiendo cada día el bien, buscar humanizar un poquito esta sociedad, sensibilizarnos con su mejor herramienta: su paz. Sin necesidad de dar grandes mítines, ni buscar protagonismo en los medios, resistiendo para no perder de vista su cometido a pesar de las heridas que otras guerras le fueron abriendo, sin miedo a nada.
"Por sus frutos los conoceréis" dice el Evangelio, y qué más podemos decir. "Qué lujo de padre, esposo, abuelo, tío ". No tengo la menor duda de que Dios tiene frente a Él a un hombre santo que se ha ido con el deber más que cumplido.
Gracias Fernando.
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