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Lucifer en los salones de palacio

16 de Abril del 2011 - Juan Antonio Sáenz de Rodrigáñez Maldonado. (Luarca)

Solón se marcha y Atneas se convierte en escenario de violentos enfrentamientos entre facciones que luchan por hacerse con el control del gobierno: Los Alcmeónidas, acaudillados por Clístenes, llevan a cabo las reformas que dan asiento al despotismo popular en la magistratura del Estado; la nobleza terrateniente, la otra facción, acaudillada por Iságoras, pugna por restaurar el anciano régimen aristocrático.

El arcontado de Iságoras tiene lugar entre el 508 y el 507 a.C. Lleva a cabo la expulsión del alcmeónida Clístenes y de setecientas familias, disuelve el Consejo de los Cuatrocientos e implanta el régimen oligárquico.

Los demócratas hacen sentir su descontento y, a espada, destronan a Iságoras. Clístenes y los suyos se hacen con el control del Estado y derogan la constitución de Solón. Concede plena ciudadanía a los extranjeros (papeles para todos), medida que abre las puertas a maneras e intereses foráneos que acaban generando enfrentamientos en la misma población. Instituye nuevamente el Consejo, esta vez ampliado a quinientos representantes. A este órgano del Estado se accede sin ningún requisito previo, tan sólo el de ser elegido mediante el democrático procedimiento del sorteo. (Los demócratas no habían vislumbrado la ley de admisión según los adornos de las entrepiernas de los aspirantes o ley de cuota). A partir de esta reforma, el intrusismo de la Asamblea no encuentra límite, hasta el extremo de incluir entre sus competencias los asuntos de Estado que, por su gravedad o complejidad, eran juzgados por el Areópago.

(La elección por sorteo parte de la consideración de la igualdad de hecho entre los aspirantes. Contrasta esta convicción con la de Solón, cuando fue consultado por Creso, rey de Sardes, acerca de quién es digno de honores. En la mente de Solón no está el repartir estos, por igual, entre clítoris y penes. La convicción de Solón es, más bien, que el criterio que debe guiar la decisión de conceder honores ha de ser la valía del aspirante, en la consideración de que los hombres, aun haciendo lo mismo, no alcanzan la misma altura y, consiguientemente, la utilidad y las consecuencias sociales de sus acciones no tienen el mismo valor en el mercado social. Así se entiende que la respuesta de Solón al sátrapa de Sardes señale a aquél que hace prosperar a su patria, a sus ciudadanos hombres de bien y asegura la riqueza material de las generaciones venideras; que muere >, después de haber ayudado a >; que es merecedor de quedar en la memoria de los jóvenes, como cumplidor de los deberes piadosos y de la fe en el orden de sus mayores).

Mas el despropósito de Clístenes, reformador populista, no queda aquí, sino que alcanza a los mismos pilares del Estado, como es el caso de la institución militar. El principio fundamental de ésta es la organización rígidamente jerarquizada y bajo mando de un único jefe. Con las reformas introducidas, el mando del ejército es transformado en una gestión asambleísta. Pero el daño causado a la institución y, con ello, a la seguridad de la Polis va más lejos. Contra razón, la nueva legislación establece que, cada año, se elija a diez estrategas y un arconte polemarca, y permite acceder al mando militar a quien lo pretenda, sin necesidad de haber demostrado si es competente o no para asumir semejante responsabilidad.

Otra reforma del régimen populista, que repugna a todo aquél que tenga en la máxima estima la libertad individual, es la ley del ostracismo, democrática medida pensada para prevenir la tiranía. A tal fin, cada año se configura una lista con los nombres de las personalidades más notables de la Ciudad que, pro su posición social y económica, pudieran caer en la tentación de instaurar un gobierno despótico. La Asamblea Popular aplica la medida a la persona más votada, a la que no se la reconoce el derecho a defenderse ante un tribunal. El elegido democráticamente debe abandonar el Ática durante un período de diez años. (Considerando las conflictivas relaciones entre las Polis, tal medida en nada se diferencia de la pena capital, al quedar la vida del individuo, fuera de su Ciudad, a merced de todos los peligros). Dada la situación que se vive, es fácil imaginar que el hombre de valía, objeto siempre de conspiraciones, sea la víctima habitual de semejante medida democrática.

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