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Si Fukushima fuera Oviedo

15 de Abril del 2011 - Javier Sopeña Velasco

Considero muy interesante y lleno de sentido común el artículo «La energía nuclear, en el ojo del Huracán» de la profesora M.ª Jesús Blanco publicado en LA NUEVA ESPAÑA. Interesante porque hace un repaso de académico a lo sucedido en Fukushima y pleno de sentido común porque llama a la reflexión y a evitar el riesgo de tomar decisiones precipitadas en nuestras políticas de planificación energética. Todo lo que la profesora escribe es cierto pero no podemos obviar que la descripción de los hechos también puede ser otra y también puede ser cierta.

Dice la profesora Blanco que el accidente nuclear es consecuencia de «un terremoto cinco veces más potente que el peor terremoto», yo precisaría que fue lisa y llanamente consecuencia de la interrupción en la refrigeración de los reactores. El pasado 11 de marzo el fallo fue consecuencia de un maremoto pero una interrupción en el servicio eléctrico del sistema y en los de emergencia por causas naturales o provocadas (actos terroristas por ejemplo) puede repetirse en cualquier momento y en cualquier parte del mundo. No podemos limitar por tanto el riesgo de que esto ocurra a zonas de vulnerabilidad sísmica.

El problema, profesora, es que la mayoría de la población le tenemos miedo a un proceso físico al que hoy por hoy la tecnología no ha logrado controlar en su totalidad y de consecuencias catastróficas cuando se desboca.

El problema es que se ha caído el mito de que los grandes accidentes sólo pueden ocurrir en países con tecnología chapucera, caso de Chernóbil en la antigua URSS. En el Japón, tierra de la tecnología punta, así como lugar habitual de terremotos y maremotos, algún «experto» construyó una central nuclear a pocos metros de la costa y prácticamente a cota cero.

El problema es, profesora, que la mayoría de «los expertos» trabajan en algún sitio y defienden los intereses del sector del que depende su salario, lo que hace que sus opiniones puedan ser de lo más dispares. En los días siguientes al accidente los técnicos de la empresa propietaria de la central, así como portavoces del gobierno japonés, describían la situación de la planta como «preocupante pero controlada» mientras que el señor Günter Oetinger, comisario europeo de la Energía, advertía de que en las próximas horas «podía producirse una catástrofe y de que la situación estaba fuera de control», cerrando su intervención con el anuncio de la realización de pruebas de estrés estrictas (¿cómo fueron las anteriores?) a 150 plantas nucleares europeas donde parece ahora que existen dudas sobre su seguridad.

Estoy de acuerdo en que en nuestro «mix» energético mantenga por un tiempo su presencia la energía nuclear con todos los controles que sea posible aplicarle, pero como usted nos recuerda tenemos una gran dependencia energética del exterior. Importamos, pues, más del 80% de una energía «sucia» o «potencialmente peligrosa» de unos países mayoritariamente inestables. Cualquier «Gadafi» en una tarde de mal humor en su jaima puede comprometer en un momento dado nuestro bienestar y desarrollo económico.

Subtítulo:Una apuesta por las energías limpias, renovables y autóctonas

Destacado: Nunca debemos olvidar de que si recurrimos al viento, al agua, al sol, a la biomasa es porque queremos dejar de respirar humo y envenenarnos poco a poco; costes razonables, por supuesto, pero sin renunciar nuestro derecho a la salud

Mi duda es por qué no se apuesta ya de una forma decidida por las energías limpias, renovables, autóctonas y desarrolladas con tecnología propia. ¿Es una quimera o es que eso incomoda en exceso a los grandes lobbys de la energía? No me explico si no es bajo este punto de vista el empeño que existe en recordarnos casi a diario el coste de las renovables y el olvido absoluto del dinero público que se invirtió en el desarrollo de la infraestructura del gas, de la nuclear, del pastizal que se llevaron las eléctricas en los famosos y nunca entendidos «Costes de Transición a la Competencia», etcétera, etcétera.

Me molesta en exceso el escuchar casi diariamente al presidente de una de nuestras grandes compañías eléctricas quejarse del coste de la prima solar, nueva tecnología que hay que apoyar en su desarrollo, y olvidarse por completo de la hidráulica que su empresa cobra (muy cercana a la eólica por cierto) por kilovatio producido en sus pantanos seguramente cinco veces amortizados.

Por otra parte, nunca debemos olvidar de que si recurrimos al viento, al agua, al sol, a la biomasa es porque queremos dejar de respirar humo y envenenarnos poco a poco. Costes razonables, por supuesto, pero sin renunciar nuestro derecho a la salud.

Hoy a nadie en su sano juicio se le ocurriría plantear el abaratamiento del precio de la vivienda sugiriendo a las cementeras, siderurgias, azulejeras y demás fabricantes de materiales de construcción el eliminar sus filtros y en general sus costes medioambientales, lo que sin duda abarataría el producto final. Estamos de acuerdo en que ese no es el camino y lo mismo queremos para la energía.

Supongo, profesora, que estará pensando que mi artículo es mas visceral que científico, lo confieso, pero cuando veo cosas como las de Fukushima me cuesta reprimir mis sentimientos y para que me entienda la invito a que haga conmigo una última reflexión. En los días siguientes a la catástrofe el gobierno japonés estableció por riesgo de contaminación un área de seguridad, o sea, de evacuación de 20 Km, hoy ampliada a 40 Km, el gobierno americano la fijó para sus ciudadanos en 140 Km y el español en 100 Km. La simple especulación de que una muy segura central nuclear situada en Oviedo y a causa de un accidente, remoto sí, pero posible, nos obligase a evacuar desde Castropol hasta Panes, desde Gijón a Pajares, sin saber cuándo podremos volver a nuestras casas y en qué condiciones, ¿no hace que se le encojan las tripas? A mí sí, se lo aseguro. El ejemplo no es real, por supuesto, en Oviedo no hay ninguna nuclear, pero si estamos a favor de su construcción y de que son absolutamente seguras no habría razón para oponerse en el caso hipotético de que alguien quiera y tenga la ocurrencia de plantearlo.

Javier Sopeña Velasco,

miembro de la Comisión de Medio Ambiente del PP

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