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Nosotros acusamos

25 de Abril del 2011 - Celso Peyroux

Leemos con fruición en estos días un alegato del pensador francés Stéphane Hessel con un prólogo de José Luis Sampedro, autor de «La vieja sirena» y uno de los grandes humanistas que quedan en este país. Muestra en la carátula el título de «Indignaos» con la invitación a los jóvenes a una constante indignación contra los poderes públicos y las injusticias sociales a través de una «insurrección pacífica, porque la peor actitud es la indiferencia». Miembro de la Resistencia francesa durante la «drôle de guerre» (la Segunda Guerra Mundial), había participado en la Declaración Universal de los Derechos Humanos y es un enardecido defensor de la causa palestina. A sus 93 años, su hoja de servicios a la humanidad es amplia, limpia y merecedora de los más loables elogios.

Leemos «Indignaos» con el mismo placer insumiso que un poema de José A. Goytisolo, Ángel González, Hierro,

Aberti, Baudelaire, San Juan de la Cruz… porque la poesía es rebelión e indisciplina. Lo hacemos como si se tratase de «Nunca más» del escritor argentino Ernesto Sábato, la carta de Émile Zola «J'accuse» dirigida al presidente de la República francesa Félix Faure o el «Yo acuso» de Pablo Neruda en favor de las democracias chilena y latinoamericana.

Hemos sido –visto ahora con la distancia de la edad– rebeldes desde los años jóvenes. Tal vez de casta le venga al galgo y el abuelo Manolón nos haya dejado la huella de su constante rebelión. Alfonso Camín le llama en «El valle negro» «Manolo, el libertador de Teverga», haciendo alusión a la noche en que rompiendo la puerta de la cárcel con un hacha de mina liberó a un centenar de presos encerrados por el comandante Doval tras los sucesos de la Revolución de Octubre de 1934. Algo habrá dejado de aquel temple forjado a fuego y agua.

Dice el editor de «Indignaos» que Hessel fue un «normalien» (estudiante de la Escuela Normal Superior de París). Nosotros hemos sido un estudiante «normalín» pero de una constante y recia rebeldía que iba más allá de la indisciplina y de las normas «dóciles» marcadas por la sociedad con disgustos a montones, alguna bofetada que otra, miradas aviesas e individuos que cambiaban de acera para no salir al encuentro.

Desobedientes pero educados en los estudios de Primaria y Bachiller; hijo díscolo pero lleno de ternura hacia los padres; vendedor de periódicos reacio para apoyar a la humilde economía familiar; trabajador insumiso –con 17 años– en las minas de Somiedo; ojos vizcos con la patronal del «batîment» en tierras francesas; córneas torturadas con algunos profesores universitarios paternalistas en Burdeos, Toulouse, Tours y París; pez en el agua con los camaradas de la SFIO (Sección Francesa Internacional Obrera); participante activo –aunque menos que en Nanterre– en la región bordelesa en el «Mayo del sesenta y ocho» al grito de «la imaginación al poder»; insumiso hasta la saciedad bajo la dictadura de Franco aguantando las brutalidades del comisario Ramos y otros secuaces del «régimen»; defensor de la causa palestina, del pueblo saharaui, de Chile y Argentina bajo los crímenes de Pinochet y Videla e insurrectos y sublevados contra la sociedad y la condición humana de hoy, cincuenta años después.

Subtítulo: Se hacen necesarias ante la pérdida de los valores básicos una indignación popular inmediata y una insurrección pacífica permanente

Destacado: Es imprescindible crear una asignatura pendiente que enseñe a los jóvenes a indignarse y a ser todos los días rebeldes con causa

Medio siglo transcurrido somos igual de indómitos que los potrancos que nacen por estos días en los valles donde nos nacieron. Y no hay otro camino. La rebeldía, la indignación y la paz porque no hay sendas para la paz; ella es el verdadero camino que conduce a hombres y mujeres hacia la libertad suprema por la «secreta escala» del respeto, la tolerancia y la revolución pacífica permanente a través del don de la palabra oral o escrita. De una implicación constante en los cimientos profundos del ser humano y en la defensa de las conquistas sociales que hemos conseguido y que tanto sudor y lágrimas nos costaron dejándonos (frase para el buen periodista y amigo de este dario, Julio Puente) «el alma hecha jirones en las zarzamoras del camino».

Es necesario, más que nunca, estar ojo avizor contra «Les baptisseurs de ruines» (los constructores de ruinas) que dice Paul Eluard en una diatriba que hacemos nuestra y con la que nosotros acusamos a: los que propician la hambruna y la sed en el mundo; los que llevan los soldados a la guerra; los violentos y asesinos que matan y vejan a nuestras mujeres; quienes comercian y esclavizan a los niños; los trepas que escalan sin mirar a quién pisan la mano; los especuladores que roban en las burbujas del ladrillo y otros glóbulos deshonestos a «pelotazo» limpio; quienes cambian de chaqueta e ideales por un plato de lentejas; a los que se manchan las manos en mercados aviesos (si nos lavamos las manos varias veces al día, ¿por qué no una sola vez el corazón?); los gestores públicos que derrochan el dinero de los contribuyentes (mil cuatrocientos millones de euros –por poner un ejemplo– en cuatro aeropuertos inoperantes: Ciudad Real, Lleida, Huesca y la burla de Castellón, donde cuatro mirones se pasean por las pistas a falta de aviones); quienes venden su dignidad por unos trajes y regalos varios; los que hacen botín con los dineros que se ahorran (no es más feliz el que más tiene sino el que menos necesita); los mercados financieros que amenazan la democracia, la paz y la libertad; los cargos públicos que carecen de dignidad y honradez (a la vuelta de la esquina están las elecciones municipales y regionales; elíjanse representantes honestos y dignos); quienes gestionan los Fondos Mineros y prefieren un «tren-tran» a un «Centro de Estudios Literarios y Sociales de la Minería Europea» donde compilar las páginas más bellas y dramáticas de lo que fueron nuestras minas, para cuyo proyecto el Ayuntamiento de Morcín ha dispuesto, por unanimidad de su Corporación, «la Casa de los ingenieros» de la Foz; las fusiones ambiciosas bancarias y eurogrupos; los ERES fraudulentos andaluces; los Gürtel, Brugal, otros corruptos: las sombras de «Villa Magdalena» y los periodistas –qué bella y noble profesión– faltos de ética porque «el periodismo –afirma Iñaki Gabilondo– es un representante de la sociedad para controlar al poder».

El mundo en que vivimos no tiene sentido y se hace necesario dárselo por las sendas de la verdad y de la honradez dejando un amplio campo para la utopía y los sueños. Es imprescindible crear una asignatura pendiente para enseñar a los jóvenes a indignarse y a ser todos los días rebeldes con causa.

«Nosotros los de entonces –Pablo Neruda– ya no somos los mismos» pero tenemos que seguir en nuestra línea de protesta cotidiana. Sólo envejece quien vive más de nostalgias que de esperanzas y proyectos. Recordamos a Alphonse Sartre, en julio de 1976, compartiendo una pancarta a nuestro lado por los bulevares de París en la que solicitábamos a Valéry Giscard d'Estaing la conmutación de la pena capital para un joven magrebí; al día siguiente era ejecutado en la guillotina.

Tenemos que seguir inculcando a nuestra juventud los valores renacentistas y la de los «ilustrados» con sus premisas y pensamientos críticos que buscaban la libertad, la dignidad de la persona, la igualdad social, la noción de la tolerancia y la aspiración de la paz perpetua.

La aventura de la vida humana la vivimos en un mundo de violencia desde que ántropos se puso un día de pie y agredió a uno de sus semejantes con un hueso de mamut lanudo. Desde que el hombre es hombre existe la violencia y sólo podremos apartarnos de ella a través del don de la palabra del respeto y de la tolerancia.

Seguimos creyendo en la condición humana –muy a pesar de los errores capitales que la envuelven– y que un mundo mejor aún es posible si se unen las manos de las cuatro razas con las miradas puestas en el azul del horizonte donde aparecen las palabras del maestro Hessel: «¡Encontrad vuestros propios motivos de indignación y uníos a esta gran corriente de la Historia!».

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