Una Biblia que hará historia
Cuando un libro de contenido religioso empieza a contar sus ediciones por decenas de miles de ejemplares impresos, acercándose a pasos agigantados a contarse por centenas de miles –ya van siete–, uno no puedo menos de ponerse a pensar que ese libro acumula en sí motivos más que sobrados para obtener una difusión tan vertiginosa y tan rápida.
Te lo explicas todo, si te dicen que ese libro es la Biblia. No en vano ya en el número de ediciones en todas las lenguas conocidas lleva la absoluta primacía el Libro de los Libros, la Biblia, la «Bibliotheca Librorum Sacrorum» de la que difícilmente existirá en nuestro planeta lengua a la que no se haya hecho la versión vernácula correspondiente.
Al calificar la edición de la Sagrada Biblia, que voy a comentar, como «histórica», me pongo en la tesitura de aquellas versiones que lo fueron tales en medio de la Humanidad. Quiero traerlas a memoria puesto que realmente constituyeron hitos señeros para la Historia del Sagrado Texto. Los originales hebreo y arameo, al tener su apoyatura en lengua de escaso número de hablantes, cual era la hebraica, necesitaron ser vertidos a lenguas con mayor alcance de universalidad. Así fue como surgió la versión griega de los LXX, conocida como alejandrina, con el título latino de Versio Septuaginta interpretum (versión de los Setenta Traductores). En latín, a las Veteres o antiguas Versiones sucedió la Vetus Latina Hispana, a la que siguió la Vulgata, traducida por San Jerónimo.
Desde las versiones rimadas medievales a nuestras lenguas hispánicas, entre las que destaca la Biblia Alfonsina, versión que marcó un hito hasta las que se divulgaron más profusamente en época moderna, pasando por las clásicas, en lengua castellana, de Casiodoro de Reina (Basilea, 1567-69), conocida como «Biblia del Oso» y de Cipriano de Valera (Amsterdam, 1602), ampliamente divulgada la segunda, no había habido otras versiones de la Biblia en castellano hasta la monumental traducción del P. Felipe de Scio y San Miguel (Valencia 1791-93), a la que siguió casi medio siglo después la de D. Félix Torres Amat (Madrid 1823-25), muchos avatares y circunstancias fueron coordinándose hasta llegar a la versión que ahora quiero comentar y que lleva el siguiente enunciado bibliográfico: Sagrada Biblia. Versión Oficial de la Conferencia Episcopal Española, Biblioteca de Autores Cristianos, Madrid, 2010, pp. 2136+8 mapas.
La Sagrada Biblia respaldada por dos dominicos insignes, los padres Eloino Nácar Fuster y Alberto Colunga, fue el Libro con que, en el año 1944, inició su compromiso Editorial la Biblioteca de Autores Cristianos, el mismo sello editor que ahora nos ofrece esta cuidada y elegante edición de la Biblia. La magnífica Colección B.A.C. marcaba con esa edición un hito importante dentro de las versiones bíblicas, hito que continuaría haciéndose vivencial con la traducción de los jesuitas PP José María Bover y F. Cantera (Madrid, 1947).
La necesidad de ofrecer al pueblo cristiano una versión que tuviera carácter oficial fue abriéndose camino en un largo proceso de los últimos quince años y abocó a la presente traducción. La Conferencia Episcopal Española adoptó, en 1995, la idea de preparar una versión nueva y encargó la traducción de los textos originales a un amplio grupo de especialistas coordinados por D. Domingo Muñoz León y Juan Miguel Díaz Rodelas. Una vez hecha realidad la presente versión, recibió la aprobación específica de la Conferencia, con fecha 25 de noviembre de 2008 y la Recognitio o Aprobación de la Congregación para el Culto Divino, el 29 de julio de 2010.
El texto de esta versión pasará, como texto típico, a las futuras ediciones de los Libros Litúrgicos, a las plegarias de la oración privada y familiar, a la catequesis, a la enseñanza escolar de la religión católica, a los manuales de Teología y de otras Disciplinas eclesiásticas. Es decir, que su proyección irá más allá de los libros Litúrgicos, en los que primordialmente encontrará su principal repercusión. Aprobada por la Conferencia Episcopal, y con el marchamo de la Congregación para el Culto Divino, está llamada la presente traducción a ejercer un amplio influjo en la piedad y en la vida espiritual de la Iglesia. Con ella la Conferencia Episcopal Española presta un servicio pastoral al Pueblo cristiano y será un instrumento poderoso para la nueva evangelización, según expresa don Juan Antonio Martínez Camino, secretario general de la Conferencia Episcopal, en el prólogo a la presente edición.
No quiero dejar sin una alusión al Agnus Dei de la portada, cuyo diseño ha sido tomado del Beato de Facundo o de San Isidoro de León, que se conserva en la Biblioteca Nacional, lo que viene a constituir como el logotipo o emblema de esta Biblia, cuyo comentario y explicación se centran en el capítulo quinto del Apocalipsis de San Juan, cuando habla del Cordero degollado y victorioso que es Cristo mismo muerto y resucitado.
La Sagrada Biblia. Versión Oficial de la Conferencia Episcopal Española será en el futuro la única traducción que se podrá utilizar en la Liturgia, debiendo ser incorporada a los Leccionarios de la Palabra de Dios y a las restantes facetas de la vida cristiana a que aludíamos más arriba.
La edición ha sido realizada en excelente y elegante papel biblia de primera calidad, utilizando una tipografía de buen tamaño para facilitar una lectura asequible, con más de 6.000 notas explicativas, sobrias y condensadas, a la vez que ricas en contenido.
Más arriba calificábamos esta Biblia de la Conferencia Episcopal Española como histórica y, comparándola con las grandes versiones históricas, como pudo ser la de la Versión Griega de los LXX o la Vulgata jeroniminiana, la proclamábamos como un hito destacadísimo en la transmisión del pensamiento bíblico, al igual que aquéllas, susceptible de ser parangonada con esas trascendentales versiones. Esta versión oficial abrirá para los lectores perspectivas de garantía y de seguridad, cuales le confiere su carácter de oficial.
Si hubiéramos de cifrar en una expresión resumen de su alcance y proyección no se nos ocurre otra que la que el historiador griego Tucídides aplica a su Historia, a la que califica como «un logro para siempre, una conquista para la eternidad». Los frutos beneficiosos de tan importante versión castellana, difundidos con unos alcances de ventas tan cuantiosas, cuales están siendo los de esta Sagrada Biblia, habrán de manifestarse pronto, a medida que su difusión vaya siendo cada día más masiva, proporcionando al Pueblo de Dios pábulo y alimento para sus inquietudes de sobrenatural ansia de degustar con mayor plenitud la Palabra de Dios.
Hay, con todo, tres pasajes que me gustaría que hubieran tenido una traducción más apoyada en la tradición cristiana que en la filología: «¿Qué le importa al hombre ganar el mundo entero, si pierde su alma?», que el pueblo cristiano, guiado por los Ejercicios Espirituales de San Ignacio de Loyola, tenía ya asumido como un logro de traducción. En segundo lugar, el cambio en las Bienaventuranzas de «Bienaventurados» por «dichosos», prescindiendo de una tradición tan arraigada en los catecismos de los PP. Ripalda y Astete, que hicieron al pueblo cristiano concebir una semántica de sinonimia, en que «Bienaventuranza» es «Gloria Celeste» y «Vida Eterna», siendo los «Bienaventurados» aquellos que ya disfrutan de la «Visión Beatífica» de Dios en el cielo. Es una nostalgia que me duele despojarme y que la dejo expresada como desideratum que me satisfaría inmensamente pudiera tenerse en cuenta.
Para el pueblo cristiano hay unas palabras que con dificultad podrá ser cambiadas, porque las hace objeto de su oración más íntima dirigida a la Santísima Virgen María. Me refiero al «Dios te salve, María», traducido en la nueva biblia por el «alégrate, llena de gracia», quizá sería de considerar que la peculiaridad de cada fórmula de saludo tiene tras sí un ámbito cultural diferente: en griego expresa un connotativo de «alegría»; en latín, de «bienestar o salud corporal», y en el sentir del pueblo de Dios implica un connotativo religioso profundo de deseo de que «Dios nos traiga la salvación», que apunta hacia la salvación en Cristo como meta de toda vida cristiana. Parece como si se sustrajera al pueblo cristiano una conquista laboriosamente lograda, a lo largo de siglos, para su fe. Con todo, estas elucubraciones tendrían mejor lugar en otro momento.
Verbum Domini in aeternum manet. La Palabra del Señor permanece para siempre.
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