Adiós compañero
Si usted nunca ha tenido un perro de compañía, y entiéndase por tal aquel que convive con nosotros como uno más de la familia, ya bien sea en su caseta, o como en este caso dentro de la vivienda, no pierda el tiempo leyendo estas líneas, pues no lo entendería. En el caso de que la curiosidad le lleve a leerlo, no le culpo porque al terminar piense que menuda tontería, pues yo pensaba lo mismo hace algo más de 14 años; no obstante, le reto a tener un perro desde pequeño conviviendo con la familia, y cuando le llegue la hora de despedirse me cuenta.
Mi perro se llamaba, para mí se llama, «Boris». No por el «Boris» que usted pueda pensar, pues mi perro llegó antes. Era todo un personaje, muy conocido en su pueblo, tanto entre los animales de cuatro patas como entre los dos que acompañan a los primeros, pues en el fondo, todos pertenecemos al reino animal.
Con sus algo más de 14 años de vida hay para llenar varios cientos de folios de batallitas, historias, trastadas, anécdotas, alegrías (sobre todo esas), algún que otro disgusto... Pero con 14 años ya cumplidos decidió que ya había vivido lo suyo, que había tenido una buena vida, le habían tratado a cuerpo de rey y que ya estaba mayor para seguir tirando, así que tocó la hora de la despedida.
Como uno más de la familia, compartía alegrías y penas, pero es que en sí mismo era la alegría de la casa, daba compañía, afecto, cariño, servía para combatir el estrés, tenía efectos relajantes, actuaba como antidepresivo, como tratamiento psicológico... Él nos dio más a nosotros que nosotros a él. Muchísimos humanos no se merecen el respeto y el afecto que se merecen estos animales de compañía que nos ayudan día a día a vivir en esta jungla que a veces se puede convertir la vida. A ver para cuándo la ley de protección animal, señores políticos.
«Boris», nos vemos, compañero; qué solos nos has dejado. Tu familia te quiere.
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