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La culebra se mata por la cabeza

26 de Abril del 2011 - Marino Iglesias Pidal (Gijón)

En algún momento de estos días atrás en que traté de fijar la actividad muelle de mi pensamiento con alguna voz del exterior, recurrí a la radio como una posibilidad, negada, de entretenimiento. No hice sino trasladar el muelle al dial del aparato. No más de un par de minutos en cada emisora. Diferentes programas de opinión o tertulias políticas dándole vueltas al caos que es el pan, metafórico, de nuestros días: el pitorreo del poder a costa de quines lo hemos de padecer. Y como un poderoso y resolutivo resorte que cancelaba cualquier argumentación, la palabra libertad.

Liberar asesinos y todo tipo de aberrados que necesitarían decenas de vidas para cumplir sus condenas: Libertad del poder judicial.

Dictar leyes que hagan legales semejantes aberraciones: Libertad del poder legislativo.

Asignarse sueldos, prebendas vitalicias, paseos VIP a capricho: Libertad del poder ejecutivo.

Jubilaciones a los cincuenta con bonos y sueldos completos que no los salta Sergei Bubka: Libertad de empresa.

Considerar éstos y otros muchos extravíos de semejante índole vomitiva como manifestaciones de libertad, sin tener un cielo al que clamar, en la tierra nada que te pueda consolar, es para llorar lágrimas de sangre.

Tanta paja radiofónica me resultó insoportable. Era como si estuvieran hablando de un árbol con cobertura nacional que despide un gas letal y centraran el debate en si tiene una ramita demasiado baja que puede molestar el paso de los transeúntes, otra ramita que han podado de forma inadecuada, pues proporcionaba sombra a las víctimas ¡Pero bueno!

Nunca en esas tertulias, no sería políticamente correcto, surgirá un Cipriano Castro que concluya: La culebra se mata por la cabeza. O ya puestos con árboles: El árbol se mata por la raíz.

¿Puede una sociedad que genera a un Don Emilio y un Don Cesar, que necesitan una organización contable para tener una idea aproximada de sus recursos financieros, al tiempo que un Pepe que no llega a seiscientos euros de jubilación, a los 65, después de más de cuarenta años cotizando a la S.S., ¡y trabajando de cojones! considerarse justa?

¿Puede el sistema de gobierno de esta sociedad considerarse el mejor posible? Dicen que sí. ¿Quién lo dice y para quienes es el más adecuado? Pues yo, y supongo que muchos otros como yo, habrán visto y oído al señor Botín mostrar su beneplácito a Zapatero, y a Zapatero y sus secuaces repetir cada minuto de cada día que su gobierno ejerce de la forma más adecuada.

La libertad, por lo visto, es tan consentidora como la más cariñosa y menos escrupulosa de las mamás. No le importan los desmanes de sus hijos, siempre estará ahí para protegerlos, y la sociedad no puede poner cortapisas a esa mamá que, según sus hijos más virtuosos, ha de regir el destino universal del hombre.

Y aquí es donde no puedo evitar el volver una y otra vez sobre la misma miasma, porque me parece tan grande y tan obvio el disparate, que, automáticamente, me hace saltar rebotado.

La libertad que el hombre pretende para él sólo podrían tenerla precisamente aquellos a quienes él se la quita y que únicamente debería sufrir el recorte ineludible del espacio físico limitado. Son los animales irracionales los merecedores de esa libertad que el hombre, que no sabe lo que quiere, quiere para sí. La razón, elemental, los animales la usarían puramente para cubrir sus necesidades fisiológicas: comer y reproducirse. Y comen y se aparean lo necesario. Al león que se acaba de comer una gacela se le puede pasear otra por delante de su nariz, no habrá problema; y como la leona no esté en celo al león no se le pone tiesa.

¡Pero el hombre! ¡Ay el hombre! (Por supuesto que yo soy un retrógrado de esos que, en este caso, dentro de la expresión hombre incluyo la mujer). Pues al hombre, su inteligencia, le ha hecho sencillamente insaciable en todos los campos que le proporcionen placer, y aunque esté harto de gacela va a dar muerte a otra y otra más, y al león por supuesto que también, que para eso tuvo primero el hielo natural y después inventó el frigorífico y las paredes donde colgar sus trofeos de caza; si se ha cepillado a ésta y a ésa hembra, o, con la evolución que hemos experimentado para el momento actual, a éste o ése hembro, querrá seguir cepillándose a toda/o a la/el que pille, con las mínimas pausas ineludibles, que para eso desde siempre las hembras y machos de la especie están en celo permanente y ahora se ha inventado la Viagra; si quiere amontonar dinero para sí sirviéndose del dinero de los demás, primero fueron los usureros, después se inventaron los bancos; si quiere darse una vida padre y resolverse dejando de lado la conciencia y el sudor de su frente, para eso se inventaron el poder hereditario primero (que aún conserva para los privilegiados el derecho a ser mantenidos a cuerpo de rey toda su real vida) , y ahora, por fin, la democracia, ¡el triunfo de la libertad!

¿Libertad para tener atados, comiéndose las entrañas, a los infortunados que, desde su penuria, contemplan con impotencia el regodeo de los políticos y ejecutivos que, desde muy temprano, resuelven su espléndido futuro sin el menor respeto por la ética más simple?

¿Libertad para tener bien atada la justicia con leyes que se chorrean sobre ella?

¿Libertad para eximir de cualquier responsabilidad a los grandes pensadores que crean estas leyes denigrantes y que se toman con una calma que es dejadez flagrante el hacer las oportunas correcciones?

Ésta es la libertad instaurada por, según dicen, el mejor sistema de gobierno que se le puede ocurrir a ser humano.

Y el individuo se deja engañar por quienes pillan creyendo que él también puede pillar, sin darse cuenta de que mientras no luche por el bien común, que es el bien de todos, incluido el suyo propio, les está dando cuerda a los desaprensivos y caña a los oprimidos.

Pero para arreglar este desaguisado habría que fundir cocineros nuevos. Así que a seguir comiéndonos nuestros propios huevos.

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