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La carrera «pol pinchu»

26 de Abril del 2011 - Carlos Muñiz Cueto (Gijón)

Dice el candidato socialista que necesitamos empresarios. No seré yo quien diga que no, pues así como los ciudadanos tenemos los políticos que merecemos, la sociedad tiene los empresarios que merece su política. Me escribe el antiguo alumno en Inglaterra, y me dice: «Esto es realmente otro mundo, hubo crisis, pero es que incluso en crisis esto sigue siendo otro mundo. Aquí yo tengo esa maravillosa sensación de que el trabajo tiene recompensa, y de depender de mí mismo. Esto ultimo debería ser la norma en todas partes, pero por desgracia no lo es». Como ven, la cosa no está como para traerlos de vuelta a este país en el que, si alguien progresa por sus propios medios, todos se ponen de acuerdo en una única actitud: «¿Pero adónde cree esti que va?». Nuestro candidato socialista también dice que las pequeñas industrias agroalimentarias deben cooperar. Y de nuevo no puedo estar más de acuerdo. Estoy convencido de que el futuro de Asturias pasa por recuperar la aldea perdida de Armando Palacio Valdés; claro que inmediatamente el candidato entra en la flagrante contradicción de pretender seguir subvencionando el carbón que perdió a la aldea. Algún tipo de hibridación industrial-agroalimentaria deberá haber, pero deberá ser distinta de esa tradicional de minero prejubilado establecido en el campo mermando posibilidades competitivas a otros ganaderos-agricultores sin prejubilación. El caso es precisamente ése, que no tenemos empresarios que valgan la pena por culpa de la competitiva competencia desleal. Es tal el paralelismo entre subvenciones y servicios institucionales a través de empresas privadas, que a veces me pregunto: ¿se habrán metido los sindicatos a empresarios? Lo intentaron en el sector inmobiliario y siguen haciéndolo en el sector formativo a cargo de la Administración. Lo único que debe subvencionar la Administración es al ciudadano, y hacerlo sin intermediarios, por los propios medios de la Administración tanto en sanidad y educación como en formación e instrucción. Los centros colaboradores deben desaparecer o ser forzados a homologar a sus trabajadores con el personal fijo de la Administración que ofrezca tales servicios. Lo que no se puede es prescindir de los medios propios y declarar a extinguir a los instructores de la FP ocupacional para la empleabilidad (por ejemplo).

Esta crisis (y las que seguirán) se basa en el desempleo tecnológico, la desaparición del trabajo manufacturero, y la aparición del trabajo creativo; pero, sobre todo, en la ausencia de las humanidades en la educación con la consiguiente falta de ética y pensamiento crítico. ¿De verdad creían que se pueden programar robots de carne y hueso y ser competitivos? Sin ética, no habrá creatividad e innovación, y, sin el pensamiento libre que lo posibilite, no habrá progreso.

En las últimas décadas desaparecieron empresas públicas para hacer caja. Ahora, en las cajas habrá que defender al impositor; pero, quien ha estado en los consejos de administración de dichas cajas de ahorros que responda con su patrimonio. No es justo que además de que los ahorros invertidos en nuestras casas hipotecadas sufran la terrible gran devaluación prevista, seamos nosotros, con nuestros impuestos, los que paguemos el pato encargándonos de mantener la privilegiada situación económica adquirida por estos irresponsables que respaldaron la burbuja inmobiliaria. La única subvención, y ayuda pública, que se me ocurre respaldar abiertamente, es la del «pinchu» y copa de buen vino en aquellos actos e inauguraciones culturales de entrada libre, pues, como dice mi buen amigo y ex cajero, prejubilado bancario sustituido por cajeros automáticos, «este trabajo da mucha sed».

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