Cu-currú-cucú
Paloma... Cuento de la paloma y el raposo. Érase una vez una paloma de afilados espolones, famosa por las trifulcas que le montaba en el corral municipal al gallo Gabino (conocido a su vez por haber ido a la boda de su amigo Pintico, el del SOMA). Un buen día le plantó pico a la Paloma otro pollo de pelea del mismo corral. Nuestra Paloma no se lo podía creer; así que sin pensárselo dos veces cogió impulso y, tras un vuelo de corto recorrido, aterrizó en el Juzgado de guardia pidiendo la defensa del ofendido honor.
Fue así como Paloma se metió ella sola en la boca del lobo o, para decirlo en términos más ajustados a la circunstancia del caso, vino a posarse en las mismísimas garras del zorro. Pues quiso la mudable fortuna que el caso recayese en el despacho del Sr. Raposo, un magistrado que no se anda por las ramas y va directo al grano. Lo cierto es que si la Paloma iba por lana, salió sin plumas y cacareando y ahora va por las redacciones muy encocorada, calificando la sentencia de insólita y extravagante. También le reprocha al juez exceso de celo ya que, según ella, busca resolver otro asunto que no le ha sido encomendado. Y ahí es donde le aprieta el zapato a la Paloma (las palomas urbanas gastan zapatos, e incluso de tacón). Dice además que el auto del juez no pasó la ITV y por eso le tuvieron un año sin carné (pero esto no parece que venga a cuento).
Hace unos días veíamos en la tele cómo una ex ministra socialista reducía a confetti un informe periodístico porque no venía en papel de barba del Juzgado y ahora la Paloma candidata rompe y rasga el auto judicial porque dice que dice lo que dicen los periódicos. Lo que está pasando aquí es que sigue vigente el lamento filipino de que no hay quien les diga a esos descerebrados lo que tienen que poner en los papeles. Qué sabiduría premonitoria la de D. Felipe; por algo lo nombraron presidente del Comité de Sabios de la Unión Europea y secretario del Comité Mundial de la Sabiduría.
En efecto, el magistrado Raposo da un repaso a los hechos en que sustenta la desestimación de la demanda, que no son otros que los que ya conocíamos por la prensa (en concreto, por LA NUEVA ESPAÑA): que Venturo XXI fue un invento de Marroquín, desde la dirección de IDEPA (espantosa y formidable máquina de crear pufos); que al frente del tinglado puso a dos amigos y les buscó dinero público del Principado y del Estado; que la liquidación de Venturo deja un descubierto de un Pellón (mil millones de pesetas), siendo el Pellón la unidad de medida socialista para las pérdidas de dinero público (que por no ser de nadie tiene la ventaja de que a nadie se lo hay que devolver). Que, last but not least, por el coladero del dichoso Venturo se fueron 190 y pico mil euros en subvenciones concedidas por la Dirección General de Formación, que dirigía la Paloma de autos, esposa entonces y hasta nuevo aviso del Sr. Marroquín.
Con estos antecedentes tan escabrosos, qué quería la Paloma del cuento, ¿que le llamaran bonita? Eso hubiera estado de lo más bonito; la pega está en que, como advierte el juez del auto, la Constitución no obliga a semejantes lindezas. Pues que aprovechen que tienen mayoría para reformar la Constitución y que las infantas puedan ser reinas y las palomas, bonitas. Lo que se dice dos pájaras de un tiro.
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