El pulso de la calle
Las calles son las venas por las que corre la sangre de las ciudades y los pueblos. Hace años también eran el escenario de nuestras correrías y juegos infantiles, y en ellas aprendimos mucho sobre la comunicación humana. Pero ya a don Miguel de Unamuno no le gustaban por el ruido de los vehículos, escalones y desniveles molestos, gente con la que chocas, charcos que hay que evitar, en fin, una peregrinación hostil, aunque reconocía su significación comunicadora. Sin embargo, para Azorín constituye una paseo voluptuoso y sedante, las tiendas son pequeños museos y los comerciantes personas atentas a nuestros deseos, descubriendo placeres, como el de encontrar un libro, saludar a los amigos o llegar a las tertulias del café, e incluso hace un elogio del automóvil por la libertad de movimientos que proporciona, librándonos de las servidumbres y horarios de los transporte públicos. En todo caso, la calle constituía un vehículo de comunicación social, utilizado para mostrar sus preocupaciones y percibir problemas sociales.
Dos opiniones que disienten en la estética pero no en la trascendencia que nos hacen reflexionar sobre los cambios que pueden haberse producido, porque el automóvil se ha convertido en un grave problema que preocupa a los munícipes que recomiendan volver a los servicios públicos, las tiendas tradicionales están siendo desplazadas por las grandes superficies, con la desaparición de los cines y de los comercios «de toda la vida». Apenas quedan tertulias de café y las comunicación entre amigos y vecinos es escasa. Ahora bien, en las calles seguimos apreciando que algo se mueve.
Evidentemente, como muchas otras cosas, el pulso de la calle ha evolucionado, se ha transformado notablemente, hasta extremos preocupantes en el sentido de la incomunicación social determinante en especial en las grandes urbes, atentando a la necesidad de relacionarnos de casi todas las personas, que se encuentran entretenidas con programas televisivos del «alta cultura», y el fútbol de cada día. Siempre oímos decir que el régimen franquista distraía al personal con los partidos domingueros. No sé si ahora pasará lo mismo con los que se pueden ver casi todos los días, pero lo cierto es que es el tema más frecuentemente escuchado, que ocupa casi la tercera parte de la prensa. Y si bien es cierto que hay preocupación por los grandes problemas nacionales, en la calle no se manifiestan con la fuerza que correspondería a su entidad. Es más, en los medios profesionales e institucionales las voces son escasas y tenues, en pequeños círculos y casi con miedo a que te oigan por aquello de que a ninguna parte se llega comprometiéndose. El silencio es rentable, pero también hay delitos de silencio, como nos han recordado recientemente. Los poderes públicos hacen y deshacen, organizando nuestra vida sin escuchar la voz de la calle que ha encontrado en los ciberespacios un medio adecuado para dejarse oír en aquellos temas que cada día nos abruman o escandalizan. Pero entre nosotros, el pulso de la calle carece de cauces de expresión eficaz, y a lo mejor por eso la gran mayoría no dice nada o lo dice muy bajito.
Creo conocer el mundo de la administración de justicia y el de la Universidad, porque a ambos les he dedicado muchos años, casi medio siglo, que ya es decir, y ningún esfuerzo hay que hacer para comprender su significado en cualquier sociedad. La primera deja bastante que desear según opinión bastante generalizada. Recogí en una publicación reciente –«De los jueces, de los abogados y de los juicios»–, algunas de las realidades percibidas en el pulso de la calle, que casi todos reconocen, a juzgar por las felicitaciones recibidas de muchas personas desconocidas. Y en la Universidad estamos viviendo momentos difíciles y de reforma de los que también me hablan en la calle los padres de alumnos que no saben a dónde pueden llevar los nuevos planes tan cuestionados. No hay dinero para contratar a nuevos profesores, que además no se pueden improvisar. Hay un proyecto del gobierno (BOE, 12 de marzo) para poder prolongar la docencia de los mayores en plena capacidad docente, pero parece ser que sólo los catalanes lo apoyan. Otra vez los reinos de taifas. Sería interesante conocer la opinión de Unamuno y Azorín sobre nuestra situación autonómica. Y de la misma manera escucho a los profesores inquietos por los proyectos anunciados que ponen en solfa el mérito y la capacidad, sobre los que tenemos escasas posibilidades de manifestar lo que piensa «la calle universitaria», que una vez más verá cómo desde arriba hacen un nuevo disparate.
Así pues, en la calle se sigue percibiendo el pulso de una sociedad conformista y silente, entretenida en pasar de su día a día, quizá porque carece de cauces adecuados para manifestar lo que piensa y para ponerse en movimiento frente a tantas cosas que no le gustan, pulso que se ve alterado por las protestas más o menos formales de los que no quieren ser súbditos en el siglo XXI.
Subtítulo:Los cambios profundos en las relaciones entre las personas
Destacado: El pulso de la calle carece de cauces de expresión eficaz, y a lo mejor por eso la gran mayoría no dice nada o lo dice muy bajito
Se avecinan elecciones y en la calle se podrá percibir el ruido de los organizadores, solamente por unos días, pues una vez que han transcurrido, quedaremos otra vez oyéndonos a nosotros mismos, si es que los entretenimientos al uso lo permiten..
Pero debemos insistir, e instar hasta ponernos pesados, para que el pulso de la calle
se potencie y constituya la verdadera sangre ciudadana. Nada se nos va a dar gratis.
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