El timo del Palacio de Calatrava
Si ya el diario LA NUEVA ESPAÑA en su edición del sábado 30 de abril daba la noticia de que el Palacio de Calatrava, instalado en la parcela de Buenavista en Oviedo, no podría poner en marcha el mecanismo de elevación de la visera móvil que, de forma tan pompática, se utilizó para dar publicidad a la singularidad de una obra llamada, según algunos, a ser una referencia de esta ciudad, un día después, en el mismo diario, se confirma que la empresa promotora del citado palacio, Jovellanos XXI, ante las dificultades para poner en marcha el artilugio, estudia dejar fija de forma definitiva la visera, eliminando, de esta forma, el más singular de todos los elementos que constituyen este complejo, y enterrando con ello una buena partida de millones de euros. Aparte de los cuatro que se declaran como coste del sistema hidráulico, habrá que añadir el de toda una serie de elementos estructurales añadidos, necesarios para la articulación y giro del conjunto, que seguramente aumentarán de forma muy considerable la cifra anterior, y que, por la inutilidad de todo ello, se convertirán en un auténtico monumento al despilfarro. Uno más de los que, por la indolencia de los políticos que nos gobiernan, estamos tan acostumbrados a ver, al tiempo que existen auténticas necesidades sin cubrir.
La obra del Palacio de Calatrava, cuestionada desde su proyecto por su volumetría y criterios constructivos, que la sitúan fuera de contexto en el lugar elegido para su ubicación, y defendida de forma furibunda desde la Administración local, una vez privada de su elemento más característico y singular quedará convertida sólo en una mole de acero, discrepante con su entorno, y que, precisamente por los materiales elegidos, para conservar la edificación en condiciones mínimamente aceptables, requerirá un elevadísimo coste de mantenimiento. Si los ingresos que se deriven de su explotación no son particularmente cuantiosos, lo que está por ver, se puede convertir en un centro de gasto difícilmente sostenible.
Sin ánimo de anatematizar a nadie, lo cierto es que no se pueden adoptar sin reservas ni de forma incondicional proyectos que, aunque procedan de afamados profesionales, no ofrezcan la garantía de viabilidad necesaria ni aporten las soluciones reales que se requieren, y que, en la mayoría de los casos, sólo sirven para saciar la vocación demiúrgica y el egocentrismo de sus autores, quedando los problemas reales para los demás y las repercusiones económicas para los de siempre. Esperemos que lo del Calatrava no se quede sólo en eso, aunque el tiempo será el que diga la última palabra.
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