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Sobre la nueva Biblia de la Conferencia Episcopal

8 de Mayo del 2011 - Enrique López Fernández (Oviedo)

A propósito de esta nueva edición de la Biblia se están diciendo tantas y tales cosas que, a fuer de lo que fue siempre lema de nuestra vida «amicus Plato sed magis amica veritas», (amigo Platón pero más la verdad), no puedo menos de terciar en el asunto, para poner en claro ciertos excesos. Fundamentalmente, se vienen a decir dos cosas: a) que esta publicación marca un hito histórico y b) que es la mejor versión de la Biblia que hasta ahora ha salido en castellano; esto aparte, se habla y escribe incluso –más de una vez lo he leído– como si fuera ella la primera versión a nuestro romance, al menos a partir de los textos originales. Puntualicemos. La novedad histórica reside simplemente en el hecho de que es la primera vez que la Iglesia española propone como texto oficial una versión íntegra determinada de la Biblia. En lo demás, no hay novedad alguna, pues viene a representar el número catorce o quince en la larga lista de versiones al castellano del texto bíblico. Dejando a un lado las clásicas protestantes y las dos católicas realizadas por el siglo XIX a partir de la Vulgata, podemos mencionar las siguientes, realizadas sobre los textos originales, hebreo y griego y en una mínima parte del arameo: 1. La Biblia, de Eloíno Nácar Fuster, canónigo lectoral de Salamanca, y Alberto Colunga, O. P. (1944); 2. La Biblia, de José M.ª Bover, S. J., y Francisco Cantera Burgos, catedrático de Hebreo en la Universidad de Madrid (1947); 3. Biblia de Jerusalén (1967), traducción de la francesa (1955), con espléndidas introducciones, notas y paralelos; 4. La Sagrada Biblia, versión literal, incluso servil, de Francisco Cantera Burgos y de Manuel Iglesias González, O. P. (1975), muy útil para los que no conocen las lenguas originales; 5. Nueva Biblia Española, de Luis Alonso Schökel y Juan Mateos, S. J. ambos (1975); 6. La Biblia. El Mensaje de Dios, del equipo hispano-americano de la Casa de la Biblia (1976, 9.ª Edi); 7. La Nueva Biblia Latinoamericana (1977); 8. La Biblia, de la Casa de la Biblia (1991); 9. La Biblia del Peregrino, de Luis Alonso Schökel (1993); 10. La Biblia Interconfesional (no recordamos el año). Y tal vez alguna más que nos dejamos en el tintero, pues éstas son las que obran en nuestro poder, aparte de la gallega. ¿Hecho histórico o novedad, pues, la nueva Biblia de la Conferencia Episcopal? Y en cuanto a ser la mejor de todas, que, según la manera de hablar de algunos, da la impresión de que no pasaban de ser poco menos que meros ensayos de aficionados, ¿qué? Lo sentimos mucho, pero esta versión, pese a ser estudiada y releída por muchos ojos según se nos dice, dista bastante de ser la mejor. Algunos ejemplos espigados sobre la marcha: a) la traducción del Logos de Jn 1, 1.14 por «Verbo» y no por «palabra», como se hacía en la versión litúrgica hoy en uso, es puro arcaísmo, ya que para los hispanohablantes verbo es sólo el verbo de la gramática; b) «hombres de buena voluntad», en Lc 2,14, lo que se traduce por «buena voluntad» (en griego, «eudokía»), es benevolencia, amor gratuito o inmerecido, de aquí, el hombre que es objeto del amor gratuito de Dios, o, según la versión litúrgica en uso hombres que ama el Señor, sin nada que ver con hombres de buenos propósitos o buenas intenciones, que es lo que viene a significar hombres de buena voluntad; un caso más de arcaísmo, pues se pretende volver al «hominibus bonae voluntatis» de la Vulgata de San Jerónimo, en uso antes del Concilio en la liturgia latina: c) «bienaventurados los pobres»... (Mt 5, 3 ss), frente a «dichosos los pobres», ya tradicional, o felices, como traduce la versión hispanoamericana, texto pasado y falto de ritmo, pero se retorna a él por arcaísmo y no sé si por cierta nostalgia del pasado, las bienaventuranzas; d) en sentido contrario, se mantiene en el Sal 126, 2-3 «El Señor ha estado grande con ellos / con nosotros», versión ocurrencia de Alonso Schökel, biblista por otra parte muy benemérito; expresión, en lo que se nos alcanza, totalmente ajena al castellano y, por supuesto al texto hebreo original, donde se lee el el verbo «gadal», en forma «hifil», que significa, más bien, «realizar proezas» (nótese canto de María, Lc 1,49) y así el propio Schökel, en su diccionario hebreo-español, lo traduce ya por tratar generosamente, magnánimamente, sin que, por supuesto, haya ni una sola versión al castellano que lo traduzca por «estar grande con»... En fin, éstos son ejemplos que hemos encontrado sin propósito de hacer ningún cotejo sistemático con los originales, sólo algunos casos más hemos hallado en consultas ocasionales del texto bíblico, que nos parecen manifiestamente mejorables; por tanto, menos alharacas y celebraciones históricas. Versión, una de tantas y, lo dicho, manifiestamente mejorable. ¿Novedad? Que es o va a ser, si Dios no lo remedia, texto oficial, que condicionará el modus loquendi de nuestra liturgia y, por ende, de nuestro pueblo, como hacía notar un conocido novelista y académico de la lengua recientemente. Y termino, «amicus Plato sed magis amica veritas». Lo siento.

Enrique López Fernández, profesor jubilado del Seminario Metropolitano

Oviedo

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