Mohamed y Mahoma

18 de Marzo del 2009 - José Ángel Aguirre (Oviedo)

El pasado 15 de febrero, ya bien entrada la tade, viajaba yo con mi esposa en un tren desde Casablanca hacia Marrakech. En nuestro compartimento de primera clase viajaban también cuatro jóvenes marroquíes -de unos veinticinco años, más o menos- con indumentaria y accesorios modernos: ordenador portátil, móviles, etcétera.

Calculo que hacia esa misma hora, varios centenares de kilómetros más al Norte, una treintena de marroquíes, -la mitad de ellos menores de edad- se subían sigilosamente y se acomodaban -es un decir-, en una frágil embarcación de apenas ses metros de eslora, momentos antes de iniciar la arriesgada travesía con rumbo a la costa canaria.

Nosotros no tardamos en iniciar una animada conversación en francés con nuestros jóvenes compañeros de viaje, y la verdad que resultó muy interesante. Tras algunos rodeos iniciales nos confesaron que eran militares de carrera, y que estaban completando su formación en el cuartel de infantería de Benguerir, antes de salir hacia sus destinos. Uno de ellos, de casi dos metros de altura, nos confió, con evidente orgullo, que pronto entraría a formar parte de la Guardia Real de Mohamed VI.

Calculo que para entonces los treinta desgraciados que habían acordado poco antes la patera se encontrarían en ese punto crucial en el que ya no cabe pensr en dar marcha atrás, mientras que el panorama que se abre por delante es, simplemente, aterrador. No quiero imaginar su miedo y su zozobra ne medio del oleaje y rodeados por la oscuridad.

Nuestra conversación tocó muchos temas: desde el respeto que todos los marroquíes sienten por sus monarcas, -"La mezquita-mausoleo-" de Hassan II en Casablanca fue construida con la aportación de todos los marroquíes", afirmaban con énfasis y sin la menor crítica hacia el rey que gobernó el país con mano de hierro y lo mantuvo en la miseria, mientras él y sus cortesanos vivían en la opulencia, "Mohamed VI es un rey que ha traído la modernidad y el progreso al país", añadían sin hacer referencia a sus largos silencios y a sus inexplicables ausencias- pasando por comentarios sobre las normas de matrimonio y divorcio que se basan en un acuerdo alcanzado entre el rey y los ulemas ("No existe el matrimonio civil, sino tan sólo el religioso; Marruecos es un Estado confesional", nos aclaraban), hasta llegar al punto de la tolerancia religiosa.

Calculo que, a estas alturas de nuestra conversación, los atribulados navegantes habían abandonado ya toda esperanza en la posibilidad de recibir ayuda alguna de los hombres para llegar a su destino, y habían depositado, por el contrario, toda su fe y toda su esperanza en la compasión de Allah y en la providencia de Mahoma, su profeta.

Este punto de la tolerancia resultó, con mucho, el más delicado de todos. Nosotros, no creyentes, ocultando nuestro ateísmo con el fin de lograr un posible entendimiento, manteníamos que, puesto que todas las religiones afirman adorar a Dios, todas deberían ser igualmente válidas para llegar a Él, y que el respeto a las demás religiones debería primar sobre los enfrentamientos entre ellas. Ellos, ocultando con dificultad sus posicionamientos más extremos, insistían en que Mahoma era "el último y el definitivo" de todos los profetas, el que los "resumía y reunía" a todos, y que todas las leyes que el hombre necesita -incluidos los científicos de la NASA-, se encuentran ya en el Corán.

Calculo que, dos horas después de iniciado el viaje, nuestros navegantes habrían adquirido ya la condición de náufragos: empapados, ateridos, faltos de víveres y agua potable, sin luz y casi completamente desorientados, comenzand oa sufrir de calambres y vómitos, recitando mecánicamente versículos del Corán...

Casi supuso para nosotros un alivio que aquellos jóvenes oficiales -simpáticos y alegres al principio, pero mucho más serios y enfáticos al final- llegaran a su base una parada antes de que nosotros llegáramos a nuestro destino. Cuando ellos descendieron, tras despedirse cortésmente, nosotros nos quedamos serios y preocupados. "Esta es la nueva generación de este país, los que van a dirigir su destino en las próximas décadas", comentábamos entre nosotros, todavía algo incrédulos, cuando el tren entró en la nueva y hermosa estación ferroviaria de Marrakech.

Al día siguiente, por un periódico español, nos enteramos que apenas media docena de aquellos treinta pobres jóvenes marroquíes habían logrado ser rescatados con vida en la costa canaria. La noticia no decía nada sobre que el rey de Mohamed VI se hubiera personado en el lugar de los hechos, o interesado siquiera por ellos, ni que Mahoma hubiera hecho, a través de sus ulemas, declaración o acto de presencia alguno.

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