Cifra fatídica

23 de Mayo del 2011 - Pedro Bengoechea Garín

Subtítulo: Los valores y las virtudes morales ante la crisis económica

Destacado: Tenemos ejemplos indiscutibles de personas e instituciones entregadas a ayudar a los demás, movidas por razones de caridad o fraternidad

Nos ha conmocionado en estos últimos días, en medio de otras destacadas noticias que no lo han podido ocultar, el número de parados en España, que ha alcanzado la cifra récord de 4.910.200 trabajadores, a escasísima distancia de los cinco millones de personas sin trabajo. Nada extraño, por otra parte, si tenemos en cuenta que cada día se destruyen más de dos mil puestos de trabajo e infinidad de empresas, desde que la crisis económica avanza golpeando despiadadamente en estos últimos meses. Han corrido ríos de tinta, realizado críticas y debates sin fin en todos los medios de comunicación y foros públicos durante estos dos últimos años, buscando, analizando, inculpando o exculpándose unos y otros de las verdaderas razones que nos han llevado a esta lamentable situación. Sin embargo, que yo sepa, nadie todavía en este país ha sabido poner en práctica un solo remedio eficaz que al menos mitigue los efectos perniciosos del momento que atravesamos. Desconozco las estrategias y los instrumentos que una acertada política económica debe utilizar en tales casos, los sectores económicos y financieros que precisan de las necesarias reformas, los cuantiosos gastos a eliminar, sobre todo los innecesarios, las inversiones y los ahorros que promover, las fuertes deudas que han de ser reducidas, y así un largo etcétera. Para todo esto están los expertos y los cargos públicos. No obstante, como cualquier ciudadano de a pie, sí entiendo de lo que a mi alrededor acontece y el modo en cómo puedo influir en su mejoramiento.

Ahora mismo, las dificultades económicas que padecemos han de constituir una ocasión y un reto a los que enfrentarnos mediante los valores y las virtudes morales de que disponemos, como personas responsables que debemos ser, con la austeridad, el desapego, la solidaridad, la entrega, la disponibilidad, en y para el servicio del individuo y la sociedad. Tenemos ejemplos indiscutibles en numerosas personas particulares e instituciones, entregadas a ayudar a los demás, movidas por razones de caridad o fraternidad. Piénsese, por ejemplo, en Cáritas, que, además de su dedicación a la beneficencia, en estos momentos está atendiendo, con todos los medios a su alcance, a socorrer y resolver problemas económicos de aquellas familias que por encontrarse sus miembros, a veces todos ellos, en paro no cuentan con los ingresos necesarios para hacer frente a los gastos mensuales habituales de la vida doméstica: el pago de la hipoteca o del alquiler, gastos de luz y agua, la manutención diaria, etcétera. Tampoco nos olvidamos de aquellas personas, mucho más numerosas de lo que creemos, que con sus donativos, su entrega personal y muy particularmente con su presencia y cercanía con los necesitados ejercen el oficio de buen samaritano. Acordémonos de aquellos primeros cristianos que por parecidos motivos vivían unidos y tenían todo en común vendían sus posesiones y haciendas y las distribuían entre todos, según las necesidades de cada uno. Ésta puede ser una actitud y hasta una exigencia personal indeclinable que deberíamos mantener siempre, a pesar de la indolencia y la falta de responsabilidad de aquellos que, por el cargo que ostentan, están llamados a velar por el bien de las personas y de la sociedad.

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