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¿Cómo evitar las tufaradas políticas?

16 de Mayo del 2011 - Isabel Fernández Bernaldo de Quirós (Madrid)

Es tal el descalabro público de esta democracia desvencijada, y tantos los ambientes cenagosos creados por la corrupción que en ella anida, que sus nubes pestilentes han ido poco a poco mermando la salud de los ciudadanos.

Pero son nuestros pulmones cargados de honestidad los que, con su entrecortada respiración, ya casi agonizante, nos alertan, día a día, de que así no podemos seguir. De que tenemos que reaccionar, de que debemos de hacer un esfuerzo de supervivencia, de que tenemos que implicarnos en buscar soluciones eficaces.

Pero ¿cómo hacerlo?

¿Quizás huyendo de todos aquellos que abandonan sus pedestales en cuanto olisquean el aroma de las elecciones y se afanan en cacarear cada vez más alto para poder atraer a sus congéneres y continuar defendiendo sus propios intereses, dedicándose a vender su voto con mercadeos engañosos y admitiendo en sus listas cerradas a políticos imputados y a personas sin fundamento?

¿Quizá desechando a los que basan sus campañas electorales en estrategias fundamentadas en insultos, difamaciones y descalificaciones en lugar de aplicarse en dar a conocer a los electores sus programas e intenciones?

¿Quizá dejando a un lado el fanatismo de la acción, la obsesión por las siglas, la ciega pleitesía y las disculpas con precio?

Pero ¿cómo hacerlo?

¿Quizá buscando o más bien, tal como está el ambiente, rebuscando a personas que entiendan que la política no es sinónimo de egolatría, de seguro de vida, de hipocresía, de favoritismos y de enriquecimiento fácil, sino que es sinónimo de modestia, de generosidad, de entrega y de servicio fiel a la sociedad?

¿Quizá no resignándonos a tanta dejadez educativa y desatención de nuestros jóvenes cerebros, al altísimo paro juvenil y eterno mantenimiento paterno, a la inexistencia de conciliación laboral, al descarado abandono de las ayudas sociales y a tantas promesas incumplidas?

¿Quizá plantándoles cara a los políticos que irresponsablemente se ríen mientras el pueblo llora y se vanaglorian de lo que deberían avergonzarse? ¿A los especuladores de masas, a los provocadores de devociones insanas, a los sembradores de caos y desmanes?

Debemos tener claro que la queja desahoga, pero que no resuelve, que la mansedumbre y los silencios son a veces aliados y a veces condena y que la suma del bien privado puede llegar a invertir los efectos del descalabro público.

Bien es verdad que nunca lograremos cuanto nos propongamos mientras nuestros mandatarios no estén dispuestos a encabezar el esfuerzo que esta tarea requiere, limpiando de indeseables inquilinos los demasiados ambientes enrarecidos existentes, apostando honestamente por cumplir con sus obligaciones políticas y mejorando las instituciones que de ellos dependen.

De esta manera podríamos conseguir, algún día, vivir en una democracia efectiva, saneada y equitativa.

Sin pestilencias. Sin tufaradas.

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