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Aquel otro "23 de febrero"

18 de Marzo del 2009 - Fermín Alonso Sádaba (Oviedo)

Fracasado el segundo gran intento de tomar Oviedo, el día 23 de febrero de 1937, el día 23 la orden de Ladreda, jefe de la Octava Brigada en La Manjoya, fue tajante: "El enemigo reconcentrado en el Hospital, hagan fuego de artillería".

Y efectivamente, al tercer día de la intentona de tomar Oviedo por los rojos, convenciéndose de que, pese al alud de material de guerra y humano lanzado sobre la capital del Principado, ésta, haciéndoles frente con su legendario denuedo, no cedía y una vez más les rechazaba, terminaron su fracasada intentona renunciando a insistir en el ataque a las líneas defensivas, ya que éstas no se dejaban tomar, y se dedicaron a bombardear a la gente pacífica e inerme, enfermos o heridos civiles o militares, que no podían valerse por sí mismos, y el Hospital Provincial de Oviedo era salvajemente bombardeado.

Pero esta vez la rabia era excepcional, y excepcional fue también el desquite tomado. Les parecía poco, sin duda, el acostumbrado bombardeo sobre la población civil y sus viviendas y la considerable cantidad de munición gruesa que habían de invertir en ello, decidieron dedicarla a ser lanzada, con toda precisión, contra el Hospital Provincial de Oviedo, harto ocupado a la sazón por heridos o enfermos, civiles o militares.

Y la Artillería roja bombardeó, a más y mejor, el Hospital, tirando sobre él, desde cercana posición, a tiro directo, haciendo sobre él, como era de esperar, magníficos blancos.

Los grandes y visibles signos indicadores del humanitario y exclusivo destino del edificio, contribuían no poco a afirmar la puntería de los artilleros. No se perdía un tiro. Era el desquite.

Hubo que disponer la evacuación del Hospital sin demora, a poco que se tardase, la evacuación sería de muertos no de heridos.

La metralla salta hiriente barriendo las salas donde se albergaban cerca de mil enfermos o heridos.

Entre el fragor de las explosiones se alzaba, en demanda de socorro, un lastimero griterío. Voces que imploraban ayuda y que reflejaban todo el horror de la situación.

Monjas y enfermeras se afanaban en prestar auxilio a los heridos o enfermos. Saltaban éstos de los lechos en desesperada busca de salvación y cubiertos de vendajes se arrastraban por el suelo tratando de escapar. Una granada al estallar en la sala veintiuno causó quince muertos. Otro proyectil explotó en un quirófano donde se estaba operando, causando la muerte a todos los ocupantes. Otro proyectil alcanzó el laboratorio de farmacia, provocando el incendio.

Debajo de las escaleras se refugiaban los ancianos asilados.

El capellán impartía la absolución generla.

Cuando la evacuación del Hospital, aún en tales dantescas condiciones se llevaba a cabo, y cuando la gran masa de hospitalizados, los que no quedaron allí víctimas, habían sido trasladados a las ambulancias y éstas marchaban en busca de locales menos conocidos que el Hospital cañoneado, la artillería roja, con visión de los lugares y de los movimientos, apartó la mira del Hospital e implacablemente empezó a bombardear la ruta de retirada de las ambulancias.

Y a los "hospitalillos" improvisados en las iglesias de San Isidoro, de las Salesas y en el Círculo Mercantil, llegaron los que pudieron.

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