La política travestida
Joaquín Costa en su «Oligarquía y caciquismo» describe muy sucintamente una detestable forma de concebir la política: en primer lugar, sitúa a los oligarcas o prohombres que influyen desde lejos allá donde se sustancian las decisiones políticas; en segundo lugar, dispone a los caciques que reciben órdenes o consignas que ejecutan sin ningún género de dudas. Y en tercer lugar se encuentra el poder institucional, que controla y permite hacer mirando para otro lado.
Esta política travestida detesta las ideas y ama los apaños, abomina los proyectos políticos y festeja al cargo, reprueba la decencia y flirtea con la obscenidad. Porque cuando una persona está dispuesta a no pensar por sí misma y recibir órdenes de un semejante, está falseando el más importante principio de la democracia y se está negando a sí mismo como ser humano.
¿Es un problema del pasado? No, en absoluto: es un problema muy actual en la política asturiana. Oligarcas y caciques no sólo anidan en los partidos en los cuales sus militantes «están para ganar dinero», también se alojan en los partidos de izquierdas. Nuestra obligación de militantes de izquierdas es poner de manifiesto esta lacra decimonónica en el seno de nuestras organizaciones. A veces es necesario tirar piedras contra nuestro propio tejado.
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