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Mountain bike forestal

3 de Marzo del 2009 - Fernando Martínez Álvarez (Grado)

A veces creemos en nuestras ideas de forma honrada y fiel; algunas otras, de manera casi sacralizada.

Esta misma cualidad de nuestras convicciones nos puede causar un cierto «desenfoque» en la forma en la que vemos la realidad. Lo real, que, desde luego, no siempre se corresponde con «nuestra realidad».

Plenamente convencidos de la validez de una idea personal, de una postura vital, intentamos llevarla a la práctica, mostrándonos persuadidos de que pueda ser adecuada, innovadora.

Esperamos entonces que otros se nos unan, que muchos nos sigan entusiasmados: amigos, compañeros, colegas...

Pero cuando damos el paso a la acción comprendemos que estamos solos, casi solos, o únicamente con otros pocos, quizá algo ilusos como nosotros.

Me vienen estos pensamientos mientras sigo dando pedal por la fatigosa cuesta embarrada de la pista de Veigas.

Varios lustros de mi vida y más de dos decenios trabajando como guarda en la Administración del Gobierno del Principado de Asturias, que para dar pedal pesan casi tanto como la mochila que llevo a la espalda: cámara fotográfica, extractor de garrapatas, cartografía, modelos de solicitudes de usos domésticos, de cambios de cultivo, de ocupaciones, de cortas o de quemas, bolígrafo, lápiz, prismáticos, clisímetro, radio transmisor, casco de incendios, curvímetro, Explorer XM, Vertex, mono ignífugo, un par de chorizos de Yernes, medio aguefa’l pitu y cuatro nueces... hacen de mi pedaleo en esta cuesta ingrata una acongojada subida ciclista a una suerte de monte Gólgota (perdón por la osadía religioso-comparativa) revivido.

Para narcotizar el sufrimiento de mis piernas, mientras me vienen a la cabeza los Terrano II, Navara, Audi 8... del sótano 2 del Easmu, me coloco los auriculares de un mp3 y escucho un poco a «Police». Pero me doy cuenta de que el «King of pain», estupendo anestésico para mi pedaleo, no me dejaría oír unos posibles tiros de Liberto «furtiveando» el jabalí.

Ahora mi trabajo es como guarda forestal, aunque mi examen de oposición fue de guarda del Principado de Asturias, pero por insondables azares administrativos o políticos, quizá por guerras de poder en determinadas competencias de las consejerías, por intereses electoralistas de partidos o equipos de gobierno, por la instauración de la paz, deslinde y sebe entre los cometidos de diferentes titulados se separó lo medioambiental de lo forestal.

Mi obligación para con los asturianos como funcionario debería ser, en cambio (desde un punto de vista estrictamente legal), en esos dos aspectos laborales.

Por lo tanto, con Sting cantándome ese «Rey del dolor» en los oídos, no podría escuchar los tiros y pasar aviso, al menos, a otros compañeros, guardas como yo, «perjudicados» comparativamente (je, je) en cuanto a mountain bikes se refiere. Ellos prestan sus obligaciones de trabajo en tareas medioambientales y los cortes a la tarta política del poder autonómico los han liberado de este voluntarioso pedalear laboral.

Ese pensamiento de mi responsabilidad como funcionario me anima a retirar los auriculares y suplantar el desgarro melódico inglés por el canto del petirrojo, la visión del camachuelo, el herrerillo o el zorzal...

En un santiamén, finalmente, han pasado cuatro horas. Necesitaré casi otras cuatro para regresar a mi centro de trabajo.

Los asuntos pendientes de resolver tendrán que quedar pospuestos.

Otro día deberé volver de nuevo (quizá mejor en Suzuki).

Pero estoy contento. Calculo que he ahorrado unos 2,62 litros de gasóleo a los ciudadanos que pagamos nuestros impuestos. Me siento inundado por esa bondad beatífica e inocente del héroe que lucha por empeños o empresas imposibles: llevo un don Alonso Quijano dentro de mí.

Pero 2,62 litros son solamente una gota. Una gota Alí Babá en un mar de ladrones.

Las miradas y chanzas de la gente por los pueblos astures minan la seguridad que me ofrece mi uniforme de agente de la autoridad. En una aldea asturiana, claro, la gente ve las cosas de forma algo distinta que los de Amsterdam, Via Condotti o Turnpike Lane.

¡Coño, nin, pusiéron-os destroyer d’ésos!, me acaban de decir.

(Por lo menos, esos chorizos de Yernes y el afuega’l pitu fueron el nirvana después del sofoco).

¿Por qué siempre se pide el esfuerzo y la concienciación ecológica a los integrantes de la sociedad de menos capacidad operativa para conseguir un cambio importante en el estado de las cosas?

¿No deberían tener estas cuestiones unos intentos de solución exactamente desde el sentido contrario: desde arriba hacia abajo?

¿Debemos sacrificarnos unos en ese requerido altruismo para el ahorro energético, mientras comprobamos estar aforando los dispendios y derroches de otros?

La verdad, no sé por qué me asaltan estas preguntas, debería estar totalmente seguro de que las Koplowitz, dueñas de FCC, concesionaria de la recogida selectiva de basuras en muchos municipios, visitarán (ecológicamente puntillosas ellas) los contenedores de reciclado cada noche, con sus basuras perfectamente separadas.

Claro, en su caso, será una cuestión de empresa.

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